21 dic. 2024

¿Tenemos 35 años de democracia o de poliarquia?

Este fin de semana se cumplieron 35 años del derrocamiento de la dictadura de Stroessner y del advenimiento de la democracia a nuestro país. En aquellos días, hubo una euforia indescriptible por el final de una larga etapa de represión y hubo una esperanza enorme de mayores libertades y de una vida mejor.

Recordemos que el Brasil y la Argentina habían comenzado este mismo proceso unos años antes y muchos repetían el memorable discurso de Alfonsín que decía “con la democracia no solo se vota, sino también se come, se cura y se educa”. En aquellos días tuve la suerte, o la mala suerte, de que llegara a mis manos un libro que me hizo comprender mejor el momento que estábamos viviendo y a desencantarme al entender lo difícil y complejo que era el proceso que con tanto entusiasmo estábamos iniciando.

El libro se llamaba La Poliarquía y el autor era Robert A. Dahl, en su época profesor de la Universidad de Yale y presidente del Asociación Americana de Ciencias Políticas.

El primer concepto aprendido en ese libro fue que la democracia, que etimológicamente viene del griego demos que significa pueblo y de kratos que significa gobierno, es una utopía que nunca ha existido en ningún país del mundo.

Comencemos en la antigüedad con la democracia ateniense, donde supuestamente el “pueblo” gobernaba, pero el “pueblo” eran solamente los hombres, hijos legítimos de padre y madre griega. No eran parte el “pueblo” los metecos que eran hijos de un griego con una madre o padre extranjero, ni los esclavos ni las mujeres.

Terminemos en la era moderna con la democracia de los Estados Unidos, la más antigua del mundo actual, donde en sus inicios el pueblo eran tan solo los hombres blancos mayores de 21 años. Solamente desde 1920 pudieron votar las mujeres y desde 1965 pudieron votar, sin restricciones, los negros.

El segundo concepto que expone Dahl es que en la vida real lo que existe es lo que él denomina la poliarquía, que es el gobierno de muchos, en contraposición a la monarquía, que es el gobierno de uno solo.

El tercer concepto aprendido es que lo que nosotros llamamos “la transición hacia la democracia” en la realidad es el avance desde un sistema donde uno solo gobierna a un sistema donde muchos pueden gobernar.

Para avanzar en este proceso es imprescindible que tengamos más libertades y que los sistemas de elección de los gobernantes faciliten el acceso de muchos al poder.

Siguiendo estos principios en el Paraguay lo que tuvimos desde 1989 ha sido una rápida liberalización, pero hemos tenido una enorme lentitud para crear las condiciones que permitan el acceso al poder de sectores diferentes al inicialmente gobernante Partido Colorado.

El sistema electoral es determinante para que diversos grupos puedan llegar al poder. En el Paraguay, al no existir el ballotage y con un partido hegemónico como el Colorado, es casi imposible un triunfo de la oposición.

En las últimas elecciones, Santiago Peña fue electo con 42,74 por ciento de los votos, esto quiere decir que el 57,26 por ciento de los electores que votaron, son opositores a la opción ganadora.

Algunos analistas políticos de nuestro país piensan que, si bien no avanzamos en el acceso al poder fuera del Partido Colorado, dentro del mismo, sí hubo un fuerte avance y una gran renovación.

En la época de la dictadura el Partido Colorado era liderado por una élite asunceña, pero durante todos estos años dicho liderazgo se fue ampliando a dirigentes de las diversas regiones del país, a empresarios que no eran militantes del partido y lamentablemente en los últimos años, a personas vinculadas a actividades ilícitas e incluso al crimen organizado.

El balance final de los 35 años es que hemos avanzado en este proceso hacia la poliarquía, pero solamente por el camino de las amplias libertades, pero en el camino que permite que los diferentes sectores puedan acceder al poder, solamente se pusieron barreras.

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A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.