Susana Oviedo
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En medio de su nutrida agenda, que forma parte de una rutina diaria en la que debe combinar sus funciones de primer purpurado en la historia del Paraguay, arzobispo metropolitano de Asunción, presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya y administrador apostólico de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, el cardenal Adalberto Martínez Flores accedió a reflexionar con este diario sobre esperanza, valores, luces y sombras del Paraguay a las puertas de recibir un nuevo año y cerrar el 2023.
–El Paraguay es un país con muchas riquezas culturales, bellas y humanas costumbres; el trabajo y sacrificio fueron siempre una característica común de nuestros padres y abuelos. Sin embargo, también un país con muchos problemas de corrupción y prebendarismo. ¿Cómo mirar con esperanza el presente y el futuro, teniendo en cuenta estas luces y sombras?
–Comienzo diciendo que nadie nos robe la esperanza ni la alegría. Mantengamos siempre la alegría, a pesar de los momentos y situaciones difíciles que nos toque vivir. Hay muchas razones para agradecer a Dios. En toda sociedad humana, hay luces y sombras. En la misión de pastor de la iglesia, he tenido la oportunidad de recorrer todos los rincones del Paraguay y visitar a los paraguayos que viven en el exterior, y he visto en cada persona, en cada comunidad, la laboriosidad, hospitalidad, generosidad y solidaridad, y el esfuerzo genuino de muchos para ser ciudadanos de bien y cristianos deseosos de amar a Dios y al prójimo. Esto alienta la esperanza de que en el Paraguay tenemos las personas y los valores que nos permitirán fortalecer el tejido social de la nación.
Es cierto que, en contrapartida, también vemos el sufrimiento de nuestra gente por la corrupción, que crece al amparo de la impunidad, que se ha vuelto un modo de ser y de actuar de un sector social, político y económico que ha privilegiado sus intereses particulares y de grupo, en contraposición del bien común.
Los problemas de larga data no se solucionan de la noche a la mañana. Requieren iniciar inmediatamente un proceso intencionado de formación ciudadana, con el acompañamiento decidido de dirigentes políticos y sociales sanos para converger en una mayoría significativa en torno a algunos valores y objetivos centrales que permitan trazar un camino hacia un proyecto de desarrollo del país, con base en el desarrollo humano integral de todos sus habitantes.
– ¿De qué depende que las luces iluminen las sombras?
–Depende de cada uno de nosotros, de nuestros esfuerzos, de cumplir cabalmente con nuestra misión específica. Cada uno en su rol: Ciudadanía, instituciones públicas y privadas, los partidos políticos, la prensa, la iglesia.
En este sentido, apelo y exhorto a los medios de comunicación a que en sus espacios informativos presenten un sano balance de la realidad nacional. Que reflejen sus luces y sus sombras, y que los factores y ejemplos que favorecen la esperanza formen parte de su agenda informativa, por medio del rescate y la visibilización de los rostros, de las historias, de los esfuerzos de las personas y comunidades virtuosas, y mostrarlos a la sociedad.
En tiempos de internet y de redes sociales, hago la misma invitación y exhortación a todos los bautizados y a las personas de buena voluntad: Utilicen sus plataformas y redes para compartir y comunicar buenas noticias, valores, virtudes, rostros e historias que motiven la esperanza.
–¿Qué necesitamos fomentar en nuestra sociedad para potenciar valores que nos hagan sentir bien como personas y nos impulsen a seguir creyendo y luchando para que alguna vez imperen la honestidad, el respeto al otro, el apego a las leyes e instituciones, la igualdad de oportunidades y la equidad?
–Poner en práctica valores y virtudes que serán decisivos en la superación de muchos vicios que se han enquistado en la sociedad y que debilitan la cohesión social, tal como expresamos en la Carta Pastoral de los obispos sobre la Revisión del Anexo C del Tratado de Itaipú.
Un Paraguay mejor no se realiza solamente con bienestar económico. Es el momento de gestar juntos ese país mejor, desde una auténtica fraternidad que exige de todos los sectores y actores sociales la voluntad y disposición de dialogar, aceptarse, unirse, respetarnos y valorarnos.
Hablamos de la virtud, como comportamiento y conducta habitual ordenada al bien que se da en la práctica consciente del discernimiento entre lo que es bueno y lo que es objetivamente malo, como la corrupción, la impunidad, la venta de conciencia por prebendas, tráfico de influencias, el crimen organizado, cuyas actividades lucrativas producen muerte y destrucción, aunque aparentan traer beneficios. Hablamos de la audacia para hacer frente al mal y para aspirar a un bien mayor, aunque sea difícil. De la fraternidad, que se da cuando el hermano y la vida comunitaria es el bien mayor que defendemos y por el que trabajamos; de la fidelidad social, que se gesta en el compromiso entre la sociedad y sus representantes y madura en la confianza.
A propósito de ello, la confianza en los gobernantes se genera y se fortalece cuando estos se ocupan del bien común y no de sus intereses particulares. Cuando hay respeto a la dignidad de toda persona en el ejercicio de sus derechos y de sus deberes y orientando la vida en común, en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
Quisiera resaltar también la virtud de la esperanza, que es la actitud humana de creer que es posible ser mejores y perseverar en el camino elegido, aunque puedan surgir dificultades. La esperanza no se alimenta de la ilusión ni de un optimismo mágico, sino del compromiso responsable de conducir a destino lo iniciado, tanto en lo personal como en lo comunitario, y que tiene como horizonte el logro del bien común.
Estas y otras virtudes contribuyen a la paz social que se concreta cuando el afán de poder, de lucro y de placer egoísta ceden a la fraternidad y la amistad social, en la justicia y en el respeto a la vida, generando la cultura del encuentro, en la que el derecho y el deber no nacen de la imposición, sino de la convicción.
–¿Qué señales, acciones, iniciativas o hechos de la sociedad paraguaya le generan esperanza en estos momentos?
–Un sector importante de los jóvenes, en sus pronunciamientos y actitudes, está mostrando una toma de conciencia de la necesidad de su protagonismo para que los cambios deseados se concreten. Veo que están dispuestos a ejercer sus derechos y cumplir con sus responsabilidades. Quisiera resaltar particularmente la gran riqueza, fuerza organizativa, lucidez, alegría y espíritu de servicio de la Pastoral de Juventud del Paraguay.
En la beata María Felicia de Jesús Sacramentado, Chiquitunga, tenemos un ejemplo y modelo palpable de compromiso joven como apóstol de Jesús. Ella hacía parte de la Acción Católica. Infatigable en su afán de evangelizar a los niños de catequesis, a las alumnas de la Escuela Normal de profesores, las jóvenes obreras. Tenía los ojos, el corazón y las manos abiertos a todos los necesitados material o espiritualmente: ancianos, enfermos; leprosos. Cuando venían personas pobres de Villarrica, ella los llevaba a los hospitales y los asistía en todo momento.
El sentido de la generosidad y el de la solidaridad están vigentes en la sociedad; son constantes en la ayuda a los más necesitados. Aunque esto es solamente subsidiario, porque la atención a las necesidades básicas de los pobres y vulnerables es responsabilidad del Estado, con inversión en políticas públicas que generen acceso a la salud y la educación de calidad; que propicien el desarrollo de capacidades para generar oportunidades; que favorezcan el acceso a servicios básicos, a empleo y vivienda digna.
Resalto también el despertar de un sector de la ciudadanía que comienza a vincular que su calidad de vida depende de sus decisiones políticas de apoyo o rechazo a los responsables de promover y custodiar el bien común, que dignifique a todos.
–¿Cómo sembrar esperanza en los jóvenes ante tantas muestras de prepotencia, irracionalidad y escandalosa corrupción por parte de una gran mayoría de quienes administran los recursos del Estado y sus cómplices en el sector privado?
–En la iglesia y en la sociedad, necesitamos dar a los jóvenes el ejemplo de coherencia de vida, con gestos y actitudes concretas en la vida cotidiana para generar en ellos confianza y esperanza.
Entre los que ejercen cargos de responsabilidad en la Administración pública, la mayoría se declara cristiana. Necesitamos que estos bautizados, tomen conciencia del pecado, de la corrupción, de su compromiso bautismal, se conviertan, y actúen en coherencia con su fe.
Los jóvenes son muy conscientes de la realidad nacional. Han dejado constancia en el manifiesto pronunciado durante la peregrinación nacional a Caacupé. Allí describieron crudamente la situación y han hecho reclamos muy concretos, como el acceso a una educación de calidad, y cuestionaron críticamente que los jóvenes que se han formado académicamente y que se han graduado con honores son marginados por razones partidistas y clientelares. En esa oportunidad también denunciaban que la corrupción es criminal.
Los pastores caminamos al lado de nuestros jóvenes y acompañamos sus justos reclamos. Ellos son aquellos hijos e hijas de la patria que están llamados a hacer los primeros, los protagonistas de la renovación eclesial y la levadura para la transformación social. Aunque muchos de ellos son muy vulnerables, sobre todo ante el tráfico de drogas, son víctimas de abusos, entre otros males que padecen. La pandemia les ha afectado mucho y ha dejado secuelas de depresiones y suicidios. Por eso, es importante que con ellos mismos y con el rol educador de las familias, en la parroquia, con los grupos juveniles, en las escuelas, colegios y en la universidad, les ayudemos a encontrar el verdadero sentido de la vida, trabajar la esperanza, es el antídoto ante las aflicciones sufridas.
–Ante la desalentadora realidad que resulta comprobar diariamente cómo se roban los recursos del Estado y se acrecientan las fortunas de ciertos políticos, ¿cómo potenciar liderazgos políticos, sociales y económicos, éticos, no contaminados ni permeables a la tentación tan poderosa del crimen organizado transnacional, que también halla eco favorable en el Paraguay?
–En la Arquidiócesis, con posibilidades de proyección para todo el país, apostamos por la formación de liderazgo con la próxima fundación y apertura en Asunción de la Academia de Líderes Católicos, afiliándonos y siendo parte de la Academia Internacional de Líderes Católicos, que ya tiene 20 años de vigencia en varios países de América Latina y el Caribe, en Estados Unidos y en Europa, con experiencias muy positivas.
Estamos con un equipo impulsor preparando la instalación y el inicio de programas sistemáticos de formación de líderes católicos y personas de buena voluntad interesadas en la doctrina social de la iglesia.
La buena formación, que abarca mente, corazón y manos, es el camino para que en el Paraguay tengamos líderes sanos, conscientes de su gran responsabilidad en la construcción del bien común, condición necesaria para la vida digna y plena de todos los habitantes del suelo patrio.
–¿Qué es lo que deberíamos mirar los paraguayos y los que viven en este país para aprender a valorar lo que tenemos y somos, y así distinguir lo que hace falta mejorar?
–Nuestra conducta y nuestro desempeño en el rol que nos toca cumplir en la sociedad necesitan ser confrontados con las exigencias de nuestra fe y con nuestro respeto a la Constitución y a las leyes de la República.
La falta de coherencia entre fe y vida es evidente, tanto en la iglesia como en la sociedad.
Como decíamos los obispos en la celebración del Bicentenario de la Independencia Nacional (2011), necesitamos volver a las raíces de la República sobre los valores humanos y cristianos.
Aquellos valores impresos en el escudo de nuestra bandera paraguaya y las expresiones de nuestro Himno Nacional: Libertad, paz, justicia, unión e igualdad adquieren su fuerza constructiva en la aceptación del Evangelio de Cristo.
La comprensión profunda de los valores propugnados en nuestros símbolos patrios y su implementación en cada instancia de la vida de la República contribuirán para el bienestar de la nación y la implantación de la paz social.
Los símbolos patrios contienen valores evangélicos que, al asumirlos, vivenciarlos y practicarlos, podrán transformar la sociedad en una comunidad fraterna, donde se viva la cultura del encuentro, de la solidaridad, como una gran familia, donde no haya ciudadanos de primera y de segunda categoría, porque todos tienen lo necesario para vivir con dignidad.
–¿Dónde están los laicos comprometidos como los que “hacían lío” con sus luchas y resistencias en la época de la dictadura stronista? ¿Veremos de nuevo a gente que trasponga las puertas de las iglesias para ser levadura en todos los ámbitos donde le toque interactuar?
–El Paraguay necesita signos de esperanza de quienes tenemos responsabilidad ante la sociedad. La tarea para el logro de una sociedad más justa es de la política, donde los laicos deben ser protagonistas, ya sea como ciudadanos, como electores, como contralores de sus mandatarios, como cristianos que asumen cargos de responsabilidad en cargos públicos. Hay laicos y laicas que hoy son protagonistas en diversos ámbitos.
Si bien nos dirigimos prioritariamente a los bautizados, la tarea del bien común es de todos, sin distinción de credo religioso ni partidos políticos. Es una apelación a todas las personas de buena voluntad, ciudadanos de bien, que están llamados a ser parte de una campaña nacional para el saneamiento moral de la nación.
Esta es una tarea urgente e impostergable. La doctrina social de la iglesia es un tesoro que ponemos a disposición de los que tienen responsabilidades y liderazgo en el país, y para todas las personas de buena voluntad, como un aporte para el saneamiento moral de la nación, para el trabajo por el bien común y como un servicio al desarrollo integral de nuestro pueblo.
El protagonismo de los laicos es fundamental para la transformación de la iglesia y del país. La Conferencia Episcopal Paraguaya asumió el desafío dedicando dos años completos a los laicos, conscientes de que esta iniciativa es solo un inicio para recuperar ese protagonismo. La Iglesia Católica no puede defraudar la gran confianza que deposita en ella la ciudadanía.
El país nos necesita a todos, nadie debe estar excluido de la misión de recuperar los valores sociales y las virtudes “ensanchando la mirada” especialmente hacia los más vulnerables.