“En un lugar desolado del trópico había un pueblo parecido a Luvina, por su tristeza polvorienta y porque hacía años que no llovía. La gente vagaba por las calles como husmeando el tiempo, con un sabor persistente a tierra en la boca y los ojos redondos como platos trancados en la claridad demasiado intensa. Los campos ardían por combustión espontánea y en los troncos de palmeras desmochadas, ennegrecidos por los incendios, se paraban los cuervos taciturnos hasta que se les evaporaban las carnes y los derribaba el viento”.
Las anteriores palabras son de la magistral pluma de la paraguaya Renée Ferrer, del libro La seca y otros cuentos, publicado en 1986, pero que plantea una situación muy actual. El cambio climático es una realidad lacerante y, al parecer, inexpugnable, porque no estamos haciendo lo suficiente para cambiar las cosas. La propia Organización de las Naciones Unidas (ONU) nos señala que el cambio climático alude a los cambios “a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos”. “Desde el siglo XIX, las actividades humanas han sido el principal motor del cambio climático, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas”, dice el organismo.
Pero hay más. Esta quema “genera emisiones de gases de efecto invernadero que actúan como una manta que envuelve a la Tierra, atrapando el calor del Sol”. Como resultado, la temperatura de la Tierra sube, es mayor que a finales del siglo XIX, y “la última década (2011-2020) fue la más cálida registrada”.
Además, apenas la semana pasada, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) alertaba que cientos de millones de personas sufrirán por la mala calidad del aire, consecuencia del “aumento de la intensidad y duración de las olas de calor y el incremento de los incendios forestales”. Para comprobarlo basta con respirar en Asunción, si es que logra la meta, estimado lector.
En la información de la OMM, leemos en detalle las declaraciones del secretario general del organismo, Petteri Taalas, quien explicó que “a medida que se incrementa la temperatura del planeta, se prevé que los incendios forestales y la contaminación atmosférica ligada a ellos aumenten, incluso en un escenario de emisiones bajas”. Por eso la preocupación; existen previsiones desalentadoras, no basta solamente con menos emisión de gases de efecto invernadero. Hay que hacer más.
La región y el mundo se enfrentan a periodos históricos de sequía y consecuente calor. Que nos cuenten los europeos y otros lo que están pasando, o recordemos simplemente lo que tuvimos el verano pasado, con picos históricos y marcas únicas de consumo eléctrico por la utilización de los acondicionadores de aire.
Por si fuera poco, hace unos días el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades) advirtió sobre la mala calidad del aire en nuestro país, con una “alta concentración de material particulado MP2.5 sobre Asunción y la Región Occidental, debido a quemazones en la zona del Pantanal, cuya rápida dispersión se debe al fuerte viento norte que se tiene en estos momentos”. La recomendación de la cartera de Estado ante la situación fue el uso de mascarillas, cerrar ventanas de las casas y edificios, y evitar las actividades físicas al aire libre. ¡Hasta qué punto hemos llegado! Son solamente algunos de los alarmantes efectos.
Así hoy, como siempre, hay lugares donde falta agua, y al parecer la tendencia no es la mejor. Entonces el cuento de Ferrer taladra… “En las orillas del pueblo se escurría hasta el horizonte una vía por donde, de tanto en tanto, un tren aguatero dejaba sentir su rítmico traqueteo. No resultaba tan pavorosa la tristeza como la esperanza, el día del paso. Hacinada al costado de la vía, la gente lo aguardaba tratando de encaramarse a las lisas paredes de su tanque, lo miraba pasar después, e irse sin remedio con su fresca y custodiada resonancia. Bocas abiertas y manos implorantes nunca pararon el tren”. Ojalá no se cumpla.