Pero es más bien sobre Parodi que quiero escribir. Lo recordé —blanca la testa, recia altura donde aún sobrevivía la estampa de un centrodelantero elegante, el guaraní implacable y el castellano cargado de sutiles tonalidades europeas— luego de que un compañero de la sección Deportes afirmara, en medio de un debate sobre la vigencia cuarentona de Roque Santa Cruz y Óscar Cardozo: “Ya no hay más grandes jugadores paraguayos”. No podía estar más de acuerdo. Me vinieron entonces varios otros nombres a la mente, antiguos y todos con excepcionales actuaciones en Europa: Eulogio Martínez, Cayetano Ré, Saturnino Arrúa, Carlos Diarte, Raúl Amarilla... y, entre otros, José Parodi.
Yo no vi jugar a ninguno de ellos, excepto a Amarilla, pero oí hablar y leí sobre sus talentos y hazañas en Paraguay y Europa, como vi los de Roque y Tacuara. Entre estos, solo el ídolo del Benfica portugués y el Ré del Barcelona español fueron máximos anotadores en ligas del Viejo Continente. Aunque en Wikipedia figure que Parodi lo fue en 1962 en la D1 francesa (predecesora de la actual Ligue 1), el dato es comúnmente erróneo.
Sin embargo, en aquella temporada, Parodi hizo la nada despreciable cantidad de 18 goles y se ganó el mote con el que se le conocería desde entonces: Tête d’Or, Cabeza de Oro; en Paraguay, Cabecita. Como Arsenio Erico (quien no jugó en Europa), como el Lobo Diarte, como el mismo Tacuara, fue un consumado artista del testarazo, un patrimonio del Paraguay. Roque también hizo muchos goles de cabeza entre los 19 que convirtió en la temporada 2007-2008 de la Premier League con el Blackburn Rovers, cuando fue cuarto mejor goleador. Otro Tacuara, Amarilla, los hizo muchos en el juego aéreo durante la temporada 1982-1983, cuando también marcó 19 goles con el Real Zaragoza y, en la última fecha, perdió el título de Pichichi en España quedando en segundo lugar. Estos eran –y todavía son, en el caso de los futbolistas de Libertad– verdaderos “grandes jugadores paraguayos”.
Cabeza de Oro comenzó en Luqueño, pero antes de ser ídolo del Nîmes Olympique (que actualmente vegeta en la Tercera División) ya había jugado en el Pádova y el Genoa de Italia, y en Las Palmas de España. Llegó a Francia para la temporada 1961-1962, tres años después de haber marcado dos tantos en el Mundial de Suecia 1958. El 21 de mayo de 1962 –en un Parque de los Príncipes repleto y en donde se celebraban (¡al mismo tiempo!) los campeonatos franceses de ciclismo y atletismo– Nîmes dependía de sí mismo para ser campeón por primera vez, luego de tres subcampeonatos consecutivos entre 1957 y 1960. Aquella tarde de París contra el desaparecido equipo Stade Français, ganando Nîmes era el campeón. Pero cayó 1 a 0. El Stade de Reims de Raymond Kopa y Just Fontaine (a quienes Parodi enfrentó en Suecia, en el 7-3 de Francia sobre Paraguay) fue el campeón. Nîmes ni siquiera fue segundo: el Racing de París, equipo al que alentaba el escritor Albert Camus (fallecido dos años antes) fue el subcampeón. Pero Tête d’Or quedaría en la memoria del Nîmes, donde jugó hasta 1967, y del fútbol galo. En Francia nació uno de sus hijos.
Dedico esta columna a Samuel Alvarenga Zevaco, un amigo asunceno de diez años, jugador de fútbol e hincha, paraguayo y francés, bilingüe y gran lector, quien hace poco tuvo la amabilidad de prestarme el libro Mbappé: Pasión por el fútbo l, de Luca Caioli y Cyril Collot.