Desde hace varias semanas, vivimos en un tiempo político. Esto quiere decir que, en las esferas gubernamentales, se hace menos de lo acostumbrado, que tampoco es mucho.
El tiempo político de las internas partidarias se prolongará con las elecciones nacionales, y después con la ceremonia de asunción de mando presidencial. Es como si el país fuera un monumental campeonato de fútbol, en el que los que juegan (unos pocos) convierten en hinchada a los demás.
La diferencia está en que, si un futbolista juega mal, lo sacan del equipo, mientras que un parlamentario que no hace su trabajo puede asegurar el rekutu. De hecho, algunos van camino a superar a Stroessner en la permanencia en el cargo. De los magistrados judiciales no digo nada, porque a ellos no los elige nadie, excepto ellos mismos y sus amigos. No tienen que mojar la camiseta como los futbolistas, pero tienen una cosa en común con los futbolistas: a ellos también les gustan las modelos.
Pero volvamos al tiempo político. Tomándolo con humor, podríamos recordar la historia del párroco de campaña fanático del trago. Aquel pa’i decía: “El que toma duerme y el que duerme no peca; por eso, hay que tomar para irse al cielo”. Mientras nuestros candidatos estén metidos en su tiempo electoral, no van a hacer nada, que puede ser mejor. Bueno, esto sería cierto si el sueño electoral fuera corto, pero dura demasiado, y con eso aumentan los gastos; sea la necesidad de pagarlos de cualquier manera, que es lo malo, porque pagamos nosotros.
Por eso se impone la necesidad de acortarlo. ¿Cómo? Disponiendo por ley que toda la campaña electoral no pueda durar más de cuatro semanas, desde su comienzo hasta su final feliz o infeliz; sobre todo en el segundo caso porque, como decía el Arcipreste: del mal tomar lo menos.
Durante esas semanas, los medios de comunicación estarán obligados a darles gratis el mismo espacio a todos los candidatos. Esto va a emparejar las posibilidades entre los que tienen y los que no tienen dinero para la campaña.
Siempre habrá diferencias, pero no tantas como las que hay ahora, en que un ciudadano no puede competir con un narcotraficante. Esta fue la propuesta del periodista y escritor Gore Vidal para las elecciones norteamericanas; no se la aceptó porque, allá también, los millonarios quieren ser presidentes. De cualquier manera, la solución existe.
Ahora bien, si las elecciones duran unas pocas semanas cada cinco años, ¿qué hará nuestra Justicia Electoral? Sí, pero como en Costa Rica, donde existe un equivalente, pero con muy pocos funcionarios porque, tomando como base el Registro Civil, se inscribe automáticamente en el padrón electoral a quien cumple la edad para votar y se lo quita cuando muere. Si alguien cambia de localidad, deberá informar a las autoridades.
En Costa Rica, trabajar en el recuento de los votos se considera una carga cívica y por eso no se necesitan miles de funcionarios para llenar las mesas electorales: allí trabajan miles de ciudadanos sin cobrar. El sistema está bien organizado: no obliga a quienes no pueden prestar ese servicio, sino a quienes pueden. En caso de controversia, deciden los jueces de la Justicia Ordinaria, y no jueces especiales como los de nuestro TSJE.