26 nov. 2024

Tiempos de pestes y poesía

Hoy se celebra el Día Mundial de la Poesía. Susy Delgado, Premio Nacional de Literatura 2017, reflexiona sobre la vigencia en tiempos del coronavirus.

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Foto: Archivo UH.

Poeta y periodista

El planeta se ve sacudido por un enemigo inesperado e invisible que en pocas semanas ha demostrado su terrible capacidad destructiva y puesto en tela de juicio muchas de las obsesiones y metas tras las cuales los habitantes de este tiempo corren en una carrera ciega.

Ha empezado a conmover sus hábitos más irrenunciables y le ha devuelto aquellas antiguas preguntas que ya solo parecían inquietar a los cada vez más solitarios buceadores de la condición humana, como los poetas…

El coronavirus demuestra su poderío extendiendo sus garras a lo largo y lo ancho de la tierra, y entonces, la poesía dice lo que sentimos todos, pero se nos atraganta en el asombro y el miedo.

El Día de la Poesía se ha puesto en este 2020 más que nunca reflexiva, con una mirada concentrada en esas antiguas y angustiantes preguntas.

Margaret Randall, la destacada poeta y activista social norteamericana, publicó en estos días su poema El mundo ha cerrado sus puertas, que empieza advirtiendo la incapacidad y tardanza humana ante el invasor que se nos metió en la casa:

El mundo ha cerrado sus puertas, / algunas se han cerrado demasiado tarde / y el virus puede estar / al acecho por dentro, esperando.

José Ángel Leyva, el poeta, comunicador y activo promotor cultural mexicano, nos muestra por su parte otros signos alertadores, en su poema titulado Virus:

Aún me queda la mancha del espanto/ Un doble clic nos puso en contacto con el virus / Pasaba montado en un mensaje / “Longevidad segura o sexo sin prejuicios” / La tos no es vocación ni síntoma / Apareció sin más / sin dar la cara…

Una experiencia inédita

En México, en China y en los lugares más distanciados, la gente parece vivir una experiencia inédita, para la que no estaban preparadas ni las mejores mentes de este tiempo. Pero los amantes de la poesía revuelven y redescubren montañas de poesía que hablan de situaciones similares a esta que nos envuelve.

Olga Orozco, la gran poeta argentina cuyo centenario se celebró días pasados, escribió alguna vez un poema que pareciera haber sido creado desde su mismo título, Para este día, que empieza diciendo:

Reconozco esta hora. / Es esa que solía llegar enmascarada entre los pliegues de otras horas; / la que de pronto comenzaba a surgir como un oscuro arcángel detrás de la neblina / haciendo retroceder mis bosques encantados, / mis rituales de amor, mi fiesta en la indolencia, / con solo trazar un signo en el silencio, / con sólo cortar el aire con su mano. / Esa, la de mirada como un vuelo de cuervo y pasos fantasmales, / que venía de lejos con su manto de viaje y las mejillas escarchadas…

(…) Aquí, donde ahora se instala, maciza como el demonio del advenimiento, / en su sitial de honor en medio de la asamblea de otras horas, pálidas, transparentes, / y me dice que mis bosques son luces extinguidas y aves embalsamadas, / que mi amor era erróneo, como un espejo que se contempla en otro espejo, / que mi fiesta es un cielo replegado en el sudario de mis muertos.

El habitante de estos días revulsivos siente que representa a un ser humano que ha fracasado en muchos aspectos y que un nuevo ser humano le reclama nacer desde adentro, le exige enterrar a los bocetos humanos torpes que fue tal vez hasta ahora. Pero es una tarea que exige enfrentarse a espesas sombras, como esas a las que alude Juan Manuel Roca, el destacado poeta colombiano, en su Rapsodia de ausentes:

Si enterrara del todo a los que fui, / la alcoba holgaría igual que una casona / y no sabría qué hacer con su vacío. / Si llorara a los que fui/ y los velara a cuatro cirios, / las amplias soledades de la sala / verían tras el biombo una tertulia de sombras.

El habitante de estos días se enfrenta en este espejo incómodo a unas nutridas sombras, al silencio, a la muerte, a la nada…

La nada que recorre un gran espacio de la poesía de todos los tiempos, que estaba por ejemplo en los sueños más intranquilos de Rosalía de Castro, la gran maestra de la poesía gallega, como nos lo decía en su poema “Ya duermen en su tumba las pasiones”:

Ya duermen en su tumba las pasiones / el sueño de la nada; / ¿es, pues, locura del doliente espíritu, / o gusano que llevo en mis entrañas?

El admirado poeta peruano Antonio Cisneros parece terciar en esta ronda con su poema “Réquiem (3)” que alude a esas preguntas sin respuesta y termina con estos versos resignados:

Haciendo tiempo, / mientras llega la hora de oficiar / mis pompas funerarias, / que no serían gran cosa, por supuesto. / En estos tiempos malos bastará / con una mula vieja / y un ánfora de palo / brillante y negra / como el lomo mojado de un delfín. / ¡Ah, las preguntas celestes! / Las inmensas.

Y en medio de ese negro silencio que responde a estas preguntas, hay poetas que nos han arrastrado al lado más crudo y temible de las guerras, como muy bien podemos considerar a este invasor mortífero de nuestras vidas. Como la polaca Wislava Szymborsaka, poeta galardonada con el Nobel en 1996 en su célebre poema “Fin y principio:

Después de cada guerra / alguien tiene que limpiar. / No se van a ordenar solas las cosas, digo yo. / Alguien debe echar los escombros / a la cuneta/ para que puedan pasar / los carros llenos de cadáveres.

Luz esperanzadora

El sentido esquivo de la vida, la frágil condición humana, la muerte que nos acecha detrás de cualquier suceso imprevisto, el gran silencio que responde a nuestras preguntas más inquietantes, siempre estuvieron en la poesía, pero se hacen más presentes y punzantes en estos días.

Y de esa frondosa poesía, podríamos rescatar muchos otros ejemplos, entre los cuales escogemos dos textos finales que parecieran señalarnos una luz esperanzadora en medio de ese gran silencio: El poema Apocalipsis de Ernesto Cardenal, el sacerdote y poeta nicaragüense recientemente fallecido, resulta emblemático y muy oportuno para estos días, como cuando dice:

Y todas las tiendas y todos los museos y las bibliotecas / y todas las bellezas de la tierra / se evaporaron / y pasaron a tomar parte de la nube de partículas radioactivas / que flotaba sobre el planeta envenenándolo / y la lluvia radioactiva a unos daba leucemia / y a otros cáncer en el pulmón / y cáncer en los huesos / y cáncer en los ovarios / y los niños nacían con cataratas en los ojos / y quedaron dañados los genes por 22 generaciones / (…).

Pero este conmovedor Apocalipsis termina anunciando un planeta nuevo que nacería después de que las fuerzas del mal fueran arrojadas al mar del fuego nuclear:

Y vi una especie nueva que había producido la Evolución / la especie no estaba compuesta de individuos / sino que era un solo organismo / compuesto de hombres en vez de células (…).

Y la Tierra estaba de fiesta / (como cuando celebró la primera célula su Fiesta de Bodas) / y había un Cántico Nuevo/ y todos los demás planetas habitados oyeron cantar a la Tierra / y era un canto de amor.

Y en estas tierras donde nació una cultura antigua que nos trajo hasta estos tiempos de profunda intemperie una palabra hilvanada con intensos resplandores, podemos rescatar un fragmento de ese deslumbrante canto Ayvu rapyta de los mbyá guaraní, en el capítulo La nueva tierra, cuando Jakaira Ru Ete esgrimía su voluntad para un tiempo nuevo, después del gran diluvio:

“Yo ya estoy dispuesto a crear para mi futura morada terrenal.

Mi tierra contiene ya presagios de infortunios para nuestros hijos hasta la postrer generación: Ello no obstante, esparciré sobre ella mi neblina vivificante, la llamas sagradas, la neblina he de esparcir sobre todos los seres verdaderos que circularán por los caminos de la imperfección”.

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