Sus autos no eran baratos. He leído que el último que compró, en 2021, un Skoda Fabia Rally2, está valorado en 250.000 euros. Con ese costo me parece una locura destrozarlo en rutas polvorientas, pero en el ambiente del deporte motor hay pocas preguntas.
El amor por los autos le venía de antes, cuando se dedicaba a reducir vehículos robados. En 2007 la Policía allanó uno de sus desarmaderos en Mariano Roque Alonso.
Ya entonces había establecido vínculos con organizaciones criminales de Bolivia. Porque Insfrán, de verdad, quería parecerse al Tío Rico de Walt Disney.
El crecimiento de su estructura logística hizo inevitable que incursionara en el narcotráfico.
Él tenía solución para todo: contactos, camiones y aeronaves, combustible, provisión de pistas de aterrizaje, depósitos de amplias dimensiones, protección policial y acopio de cargamentos que serían disimulados en contenedores enviados por vía fluvial a otros continentes, ocultos en medio de bolsas de carbón, latas de pintura, carne congelada, soja o madera.
Tuvo suerte, Tío Rico.
Le tocó estar en la cresta de una nueva ola de negocios.
La ubicación geográfica de Paraguay y la fragilidad de sus instituciones abrieron un nicho interesante en el mercado narco. La hidrovía Paraná-Paraguay se convirtió en un corredor de la cocaína. Las cosas le fueron tan bien que lo sobrepasaron; demasiado dinero para una sola persona.
Fue creativo, Tío Rico.
Convocó a sus familiares y amigos más cercanos a ser parte del grandioso “esquema Insfrán”. Ellos figuraron como propietarios de empresas de transporte, residencias, emprendimientos ganaderos, agrícolas, industriales y comerciales que servían para lavar unos activos desbordantes. Todos felices, pero en un momento dado, eso tampoco fue suficiente. Entonces, el jefe del clan decidió expandirse hacia dos terrenos con escaso control financiero: la religión y la política.
Su hermano, José, creó un centro evangélico llamado Centro de Convenciones Avivamiento que no solo captaba diezmos de gente pobre, sino que gastaba a lo loco. La popularidad de esta secta lavadora de dinero es parte del surrealismo nacional. Lo de la política se hizo a través de personajes del Partido Colorado, como Juan Carlos Ozorio, quien utilizaba a la Cooperativa San Cristóbal como si fuera una despensa familiar.
No supo parar, Tío Rico.
Se volvió internacional al asociarse con Enrique Marset, un uruguayo prodigioso en el mundo del narcotráfico, sobre el cual alguien debería escribir una novela.
Era un tipo simpático e inexplicablemente rico que se dedicaba tanto a producir un concierto musical como a ser titular en el equipo de primera del Deportivo Capiatá, del diputado Erico Galeano. Solo que mandaba montones de cocaína a Europa y África. Y Tío Rico, su mano derecha, era el que le aseguraba impunidad, anestesiando a fiscales y policías.
Le cayó la noche, a Tío Rico.
Hace un año el operativo A Ultranza fue la debacle para una organización que habría enviado más de veinte toneladas a Amberes y Roterdam. Estuvo fugado hasta hace unos días.
En Colombia dicen que se vengó del fiscal Marcelo Pecci, uno de los causantes de su caída, contratando a quienes lo asesinaron. La Justicia dilucidará si con su prisión se cierra o no el caso Pecci. Pero de lo que no quedarán dudas es que Tío Rico es un arquetipo de este pobre Paraguay narco del siglo XXI.