El hallazgo, realizado por el ecólogo histórico de la Universidad de Groningen (Países Bajos), Willemien de Kock, y publicado este lunes en la revista PNAS, es importante porque pone de relieve la importancia de proteger las praderas marinas de las costas del norte de África.
Cuando las tortugas verdes marinas salen del huevo, sus padres ya han emprendido un largo viaje. Solas se abren paso desde la playa hasta el océano, donde pasarán varios años flotando a la deriva.
Durante todo este tiempo, comen casi cualquier cosa. Son omnívoras y no muy exigentes con la comida, pero al cumplir cinco años, las tortugas empiezan a nadar hasta las praderas marinas que sirvieron de alimento a sus padres y a varias generaciones anteriores a ellas.
Para proteger a esta especie en peligro de extinción, centenares de voluntarios trabajan activamente a lo largo de las costas del Mediterráneo oriental para cuidar los nidos y asegurarse de que las tortugas nacen bien.
Sin embargo, como explica Willemien de Kock, “dedicamos muchos esfuerzos a proteger a las crías, pero no el lugar donde pasan la mayor parte del tiempo: las praderas marinas”, que ya están sufriendo los efectos de la crisis climática, advierte.
Huesos de tortuga
Para hacer el estudio, De Kock utilizó restos de tortugas marinas de varios yacimientos arqueológicos del Mediterráneo que se conservaban en el desván del Instituto de Arqueología de la Universidad de Groninga.
Al analizar los huesos, De Kock pudo distinguir dos especies dentro de la colección de huesos: la tortuga verde y la tortuga boba.
Gracias a una sustancia denominada colágeno óseo, el ecólogo también pudo identificar qué tipo de plantas habían comido las tortugas.
En paralelo, los modernos datos de seguimiento por satélite de la Universidad de Exeter proporcionaron a De Kock información sobre las rutas y destinos actuales de las tortugas marinas en la costa africana.
Los investigadores de Exeter también habían tomado pequeñas muestras de la piel de las tortugas marinas, que revelaron información dietética similar a la que De Kock encontró en los huesos.
Así, De Kock pudo sacar conclusiones que relacionaban dietas de hace milenios con lugares concretos y descubrió que, durante aproximadamente 3.000 años, generaciones de tortugas verdes se han alimentado en praderas de hierbas marinas a lo largo de las costas de Egipto y Libia Occidental.
Los resultados para las tortugas bobas fueron menos específicos porque tenían una dieta más variada.
Pero ¿por qué es relevante conocer los hábitos alimentarios de una especie a lo largo de muchas generaciones pasadas? “Porque como investigadores sufrimos el síndrome de la línea de base cambiante” y los datos de las poblaciones animales que se estudian “solo se remontan a unos 100 años”, explica De Kock.
Sin embargo, los datos arqueológicos permiten remontarse atrás en el tiempo, ver mejor los efectos inducidos por el hombre en el medioambiente y “predecir un poco”, apunta el investigador.
Los hallazgos de este estudio, sumados al alto riesgo de pérdida generalizada de los pastos marinos a los que las tortugas verdes han acudido durante milenios, permiten prever que “su fidelidad a estos lugares” podría ser “perjudicial para la tortuga verde”, advierte De Kock.