Son los que mueven productos ilegales, cosas, personas y esperanzas de la gente. Se han convertido en los señores del negocio de la política a la que la han degradado tanto que la han cosificado al punto de requerir que el traficante mayor les motive a los dirigentes políticos que si no hacen tráfico de influencia no merecen ser calificados como tales. Ha hecho apología de un delito tipificado y que incluso le ha costado a muchos de sus adherentes sus curules legislativos. Cartes propuso a quien lo quisiera escuchar en Misiones ante la mirada condescendiente y cómplice del diputado Maidana, cuya pertenencia al Congreso fue ninguneada por el mismo apologista.
Esta colosal metida de pata le hace un flaco favor al cuestionado Partido Colorado, que lleva años patinando ante las demandas insatisfechas de sus adherentes que tienen que verse obligados a la afiliación si quieren acceder a los mendrugos del poder. La furibunda oratoria del fundador del movimiento Honor Colorado promueve más que ninguno el voto en contra en los próximos comicios. Como con Peña, Cartes se está convirtiendo en el jefe de campaña de los opositores sin tener conciencia ni sentido de su labor de zapa. Si quieren ser derrotados deben exponerlo aún más.
Los traficantes de las voluntades de la gente ya no tienen pudor. Exhiben de forma impúdica sus razones y argumentos ante un electorado al que creen que el hambre y la necesidad los volverá aún más dóciles y obedientes a sus mandatos. Creen que se contentarán con conseguirles una cama de hospital o un salario en el sector público para que toda la familia en agradecimiento vaya en manada a votar por el traficante y su partido. No logran entender la complejidad de un cambio, donde las promesas no están a la par de la realidad. No pueden prometer una cama hospitalaria cuando más de 15.000 muertos por Covid se convierten en la pesada lápida que sepultan sus buenos deseos. Creen que el llanto de miles de familia se pueden enjuagar con el orgullo de haber conseguido 250.000 nuevas afiliaciones que creen se transformarán en votos seguros en los comicios venideros. Electores más jóvenes que hacen parte de una generación de derrotados ya no tienen tanta paciencia para esperar cambios. Están por cumplir 40 años y la vida se les ha ido creyendo que el viejo orden de los trashumantes les haría cumplir sus mejores sueños. Nada es igual, pero los traficantes de esperanzas están seguros de que lograrán ir contra la teoría y la historia para continuar como afirman con “la bandera del Partido Colorado” en el Palacio de López. Es un mantra que repiten procurando hacer realidad algo imposible. Velázquez ya reconoce que sin aliados de otros partidos no llegan más y se propone cambiar los estatutos para permitir que nuevos votantes de otros corrales hagan que sigan en el poder. La última vez la diferencia fue de 80.000 votos y ahora con el voto obligatorio y con multas, la ecuación puede acabar en tragedia.
Se busca agitar al votante de cuello duro con respuestas altisonantes al grito de protesta. Quieren que se despierte el fervor y provocan sin embargo la ira de todos al tiempo de confirmar a los fieles el fin del catecismo ortodoxo. Ante el avance del talibán cuestionador las fuerzas regulares entregarán sus armas sin luchar. Los traficantes se están quedando sin discurso, sin seguidores y sin futuro. Ni la apología del delito con el tráfico de influencia servirá a los operadores a buscar almas que salvar porque sencillamente hace rato han perdido el catecismo, la mística, el dogma y la tradición. No hay polca, naco, poncho ni caballo que alcance. Se acabó la fiesta.
Benjamín Fernández Bogado – www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com