En estos días volví a recordar mi primer viaje al extranjero a esa Venezuela que vivía en la inconsciencia absoluta del monstruo que se estaba gestando. Lo que vino después con el Caracazo, las manifestaciones y el intento de golpe de Estado de un ignoto teniente coronel Hugo Chávez que fracasó y que lo llevó a prisión, de donde salió conmutado por el anciano presidente Rafael Caldera, ha sido una tragedia. Nunca la Venezuela del petróleo nadó en tanta abundancia que con Chávez, desde 1999, electo presidente con el mayoritario apoyo de quienes luego serían sus víctimas. El precio del crudo cuando subió al poder estaba a 8 dólares el barril y alcanzó 150 en los comienzos de este siglo. El país pudiera haber sido más rico que los Emiratos Árabes si hubieran aprovechado y administrado los recursos de manera juiciosa. Pero la tragedia tiene esa característica: hace perder el juicio a los que van a destruir y destruirse. Hoy, Venezuela solo tiene una mujer de agallas como María Corina Machado, que movió a millones para ganar unos comicios de manera ejemplar. 70% para su candidato González Urrutia y 30% para Maduro. Este no podía permitir semejante humillación, que acabó desconociendo los resultados exhibidos de manera pública y se hizo proclamar presidente por un nuevo periodo. Este viernes asumió en una soledad espantosa, pero presumiendo ante sus entorchados generales ricos por la cocaína como presidente de esa nación caribeña. Ni las manifestaciones, ni el apoyo popular en las calles y menos la presión internacional hicieron mella al régimen que se abroqueló en lo mismo que lo sostiene: corrupción, miedo y represión.
Venezuela es una tragedia de cómo una experiencia de 40 años de democracia puede acabar en una dictadura feroz por más de 25 años. Nosotros, los paraguayos, que vemos cómo se degrada nuestra democracia por el dinero que lo pudre todo, instituciones de fachada funcionales al crimen organizado y con una corrupta gestión del Gobierno estamos pidiendo a gritos que maten a este sistema político que requiere lo que nos falta: dignidad, educación y compromiso. 60% de los desencantados querrían un gobierno autoritario y eso luego de 35 años de una democracia kachiãi es mucho.
La tragedia tiene tres actos. En el primero, todos saben que van a morir. En el segundo, nadie quiere morir; y en el tercero, todos hacen algo para morir. Hay que enderezar el rumbo de Venezuela y el nuestro si no queremos acabar sometidos, subyugados y humillados.