09 mar. 2025

Tragedia

Venezuela, en 1978, era una fiesta permanente, irresponsable y sin la menor idea de lo que podría pasarle 21 años después. Llenar un tanque de combustible de 80 litros era apenas un dólar. Comían de los que les proveían desde Miami. Más de dos millones de colombianos inmigrantes hacían las tareas que los venezolanos no querían hacer. La productividad, en general, del país era notablemente baja y la “enfermedad holandesa” estaba en su punto más alto. El petróleo, que había puesto de rodillas al presidente Carter por esos años, era una bendición y maldición al mismo tiempo para un país cuyas fiestas diarias nunca terminaban antes de las 5 de la mañana y sin música de mariachis. Un cantante de izquierda, Ali Primera, cantaba a las casas de cartón que se multiplicaban en las montañas del Avila que rodean a Caracas. La única capital de América que tiene una avenida principal con el nombre de nuestro héroe máximo, Mariscal Francisco Solano López, a la que los caraqueños la llaman solo por su segundo nombre: La Solano. Venezuela vivía de la abundancia del petróleo que llevaba a sus presidentes a derrochar a manos llenas recursos que podrían haberlo convertido en el país más rico de América. Los dos partidos tradicionales: el de la Democracia Cristiana (Copei) y el aliado a la Internacional Socialista (Acción Democrática) se habían turnado en el poder desde el “pacto de punto fijo” que puso punto final a la dictadura del general Marcos Pérez Giménez, cercano a nuestro tirano Stroessner. Nadie, pero nadie en ese tiempo que conocí la Venezuela de la riqueza, la corrupción y el dispendio, hubiera pensado que acabaría como acabó: en una tragedia.

En estos días volví a recordar mi primer viaje al extranjero a esa Venezuela que vivía en la inconsciencia absoluta del monstruo que se estaba gestando. Lo que vino después con el Caracazo, las manifestaciones y el intento de golpe de Estado de un ignoto teniente coronel Hugo Chávez que fracasó y que lo llevó a prisión, de donde salió conmutado por el anciano presidente Rafael Caldera, ha sido una tragedia. Nunca la Venezuela del petróleo nadó en tanta abundancia que con Chávez, desde 1999, electo presidente con el mayoritario apoyo de quienes luego serían sus víctimas. El precio del crudo cuando subió al poder estaba a 8 dólares el barril y alcanzó 150 en los comienzos de este siglo. El país pudiera haber sido más rico que los Emiratos Árabes si hubieran aprovechado y administrado los recursos de manera juiciosa. Pero la tragedia tiene esa característica: hace perder el juicio a los que van a destruir y destruirse. Hoy, Venezuela solo tiene una mujer de agallas como María Corina Machado, que movió a millones para ganar unos comicios de manera ejemplar. 70% para su candidato González Urrutia y 30% para Maduro. Este no podía permitir semejante humillación, que acabó desconociendo los resultados exhibidos de manera pública y se hizo proclamar presidente por un nuevo periodo. Este viernes asumió en una soledad espantosa, pero presumiendo ante sus entorchados generales ricos por la cocaína como presidente de esa nación caribeña. Ni las manifestaciones, ni el apoyo popular en las calles y menos la presión internacional hicieron mella al régimen que se abroqueló en lo mismo que lo sostiene: corrupción, miedo y represión.

Venezuela es una tragedia de cómo una experiencia de 40 años de democracia puede acabar en una dictadura feroz por más de 25 años. Nosotros, los paraguayos, que vemos cómo se degrada nuestra democracia por el dinero que lo pudre todo, instituciones de fachada funcionales al crimen organizado y con una corrupta gestión del Gobierno estamos pidiendo a gritos que maten a este sistema político que requiere lo que nos falta: dignidad, educación y compromiso. 60% de los desencantados querrían un gobierno autoritario y eso luego de 35 años de una democracia kachiãi es mucho.

La tragedia tiene tres actos. En el primero, todos saben que van a morir. En el segundo, nadie quiere morir; y en el tercero, todos hacen algo para morir. Hay que enderezar el rumbo de Venezuela y el nuestro si no queremos acabar sometidos, subyugados y humillados.

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