Los pobladores denuncian que la única vía de conexión con otras comunidades quedó destruida, con baches, barro y grandes anegamientos, dejando a la comunidad sin posibilidad de entrada ni salida. Según Ciriaca Cabañas, residente de la zona, la única manera de transitar es a caballo, ya que ningún vehículo puede circular. “El agua sigue subiendo y nadie puede entrar ni salir. Además de quedar incomunicados, ahora estamos expuestos a víboras venenosas y otras alimañas que aparecen constantemente, incluso de día”, relató.
Ante la crítica situación, los habitantes claman por asistencia gubernamental inmediata, ya que la falta de acceso impide que llegue cualquier tipo de ayuda terrestre. “Necesitamos alimentos y medicamentos, pero la única forma de recibirlos es por vía aérea. Pedimos con urgencia un helicóptero que pueda traer mercaderías a la comunidad”, expresó.
En Karandayty viven niños, mujeres y adultos mayores, quienes deben enfrentar diariamente las dificultades del aislamiento. La comunidad se sostiene con pequeñas actividades ganaderas y trabajos en estancias, mientras que los niños asisten a clases en una escuela improvisada dentro de una vivienda precaria.
Los pobladores denuncian que desde hace décadas la comunidad ha sido postergada por las autoridades locales y departamentales. A pesar de los reiterados reclamos, las reparaciones de los caminos son escasas y de baja calidad, lo que solo agrava la situación cuando llegan las lluvias. “Cada vez que hacen algún arreglo, lo hacen mal y al final termina siendo peor. La última reparación fue con maquinarias de la Gobernación de Alto Paraguay, pero no concluyeron bien el trabajo, y ahora estamos peor que antes”, lamentaron los vecinos.
El aislamiento de Karandayty no solo pone en riesgo la salud y el bienestar de sus habitantes, sino que refleja el abandono sistemático de las comunidades más remotas del Chaco.