La incertidumbre es en parte porque el nuevo presidente es una persona temperamental e impredecible, pero por sobre todas las cosas, es debido a que su visión de las relaciones internacionales es similar a la visión aislacionista que predominó en la gran nación del Norte, desde su nacimiento hasta 1941.
El origen de los Estados Unidos se remonta al año 1620 cuando llegaron a las costas de Massachusetts –en el Mayflower– un centenar de personas denominadas Peregrinos pertenecientes a la Iglesia Puritana, de la rama calvinista.
Estas personas huían de las persecuciones religiosas y de la terrible guerra de los 30 años que devastaba a Europa en aquella época.
El sueño de ellos era construir una nación diferente donde pudieran manifestar su fe y practicar su religión sin ningún tipo de persecución.
Para hacer realidad ese sueño era necesario aislarse de los conflictos existentes en Europa y, por eso, el primer presidente George Washington en su discurso de despedida les aconsejó “la regla de nuestra conducta respecto a las naciones extranjeras, debe reducirse a tener con ellas la menor conexión política posible, mientras extendemos nuestras relaciones comerciales”.
Desde aquella época existen muchísimos ejemplos de esta política aislacionista, como el rechazo del Senado de los Estados Unidos a formar parte de la Liga de las Naciones creada en el año 1919 para promover la paz, después de la Primera Guerra mundial.
Es muy conocida la enorme resistencia interna –liderada por una organización llamada América First Committee- que hubo en los Estados Unidos para entrar en la Segunda Guerra mundial, porque consideraban que el conflicto era un problema entre países europeos y no afectaba a los Estados Unidos.
Recién en diciembre de 1941 con el ataque japonés a Pearl Harbor la opinión pública aceptó la necesidad de entrar en guerra contra Alemania y Japón.
Al finalizar dicha guerra Estados Unidos quedó como la gran superpotencia y decidió tomar el liderazgo mundial para enfrentar al comunismo, reconstruir Europa y crear instituciones mundiales como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario y el Banco Mundial.
Todo este expansionismo e internacionalismo fue liderado por una élite que se encontraba en Washington y en Nueva York conformada en su mayoría por personas que provenían de las mejores universidades del este del país.
En este siglo XXI esta expansión llegó a su máximo esplendor con una globalización que llevó a los Estados Unidos a ser la principal potencia mundial en el campo económico, financiero, militar y cultural.
Pero el ciudadano común norteamericano que solamente quiere trabajar, consumir y pagar la hipoteca de su casa, se ha visto golpeado en las últimas décadas por la pérdida de fuentes de trabajo que se trasladaron al exterior o fueron reemplazados por máquinas, por una inflación que ha devorado sus ingresos y por la suba de las tasas de interés que le hace imposible pagar su hipoteca.
Esa gente común es la que apoya las medidas aislacionistas y proteccionistas que Trump proclama, y que ha sido la base sobre la cual Estados Unidos se ha industrializado y desarrollado.
El “América First”, el proteccionismo y el aislacionismo no son una creación de Trump, son un sentimiento y un pensamiento que está en los corazones y en la mente de gran parte de los norteamericanos desde siempre.
La gran incertidumbre es si esta potencia mundial, que tiene inmensos desafíos globales, puede pretender volver al aislacionismo de sus orígenes y resignarse a ceder su espacio de primacía en el mundo.