Pero, en rigor de verdad, el Congreso de los Estados Unidos no encarga el control de la inflación al presidente, ni a las demás autoridades electas el 5 de noviembre, sino a la Reserva Federal, una entidad técnica que goza de independencia para conducir la política monetaria hacia el doble objetivo de estabilidad de precios y máximo empleo.
Salvo la época de Arthur Burns (1970-1978), cuya proximidad con el presidente Nixon generó suspicacias de politización, la Reserva ha consolidado la autonomía que le fue reconocida en 1951 mediante un acuerdo con el Departamento del Tesoro, ejerciéndola con rigor técnico. El modelo trascendió las fronteras norteamericanas para guiar la reforma de los bancos centrales latinoamericanos y la creación del Banco Central Europeo, entre finales de los años 80 e inicios de los 90. En Estados Unidos, desde Bill Clinton, los sucesivos presidentes se abstuvieron de comentar decisiones de la Reserva en una tradición que Trump interrumpió con sus críticas a la gestión de Jerome Powell, por no proveer suficiente estímulo a la economía antes de la pandemia.
La Reserva trabaja con estímulos y frenos en busca de inflación baja (2%) y máximo empleo. Una herramienta principal es la tasa de fondos federales, también denominada de referencia o de política monetaria, que es la tasa de corto plazo (overnight) a la cual los bancos se prestan fondos entre sí para satisfacer márgenes de reserva obligatoria en proporción a sus depósitos. La tasa es fijada por el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés) que se reúne regularmente ocho veces al año; incide en otras tasas de corto plazo (préstamos de consumo, tarjetas de crédito), tasas de ahorros y préstamos hipotecarios, e impacta en el mercado de capitales y toda la economía. Cuando el Comité baja la tasa, el objetivo es estimular la actividad y el empleo a través del abaratamiento y la expansión del crédito, el consumo y la inversión. A la inversa, el Comité sube la tasa cuando pretende frenar el consumo e incentivar el ahorro para combatir la inflación. En el primer caso, la política monetaria es expansiva; en el segundo, contractiva. Una tercera posibilidad es que el Comité mantenga la tasa durante periodos relativamente prolongados de estabilidad. La decisión de subir, bajar o mantener la tasa a cierto nivel es asumida por la Reserva con base en el estado de la economía y en función del efecto contractivo, expansivo o neutral requerido para el logro de estabilidad de precios y máximo empleo. Por supuesto, las decisiones de la Reserva impactan al resto del mundo, incluyendo a los mercados emergentes donde, por citar solo un ejemplo, con las rebajas de la tasa norteamericana, Latinoamérica puede tornarse más atractiva a inversionistas en busca de mayor rendimiento.
Repunte. Volviendo a Estados Unidos: ¿Qué pasó en los últimos años? A inicios de 2020, en un contexto de inflación baja y con el objetivo de instar a la actividad durante la pandemia del Covid-19, la Reserva redujo y mantuvo la tasa a niveles de 0% hasta inicios de 2022. Paralelamente, desde 2021 comenzó a experimentarse un incremento de la inflación a consecuencia de los estímulos gubernamentales y las distorsiones en la cadena de suministro que se agravaron con la invasión de Rusia a Ucrania en febrero de 2022 y el encarecimiento sobreviniente de materias primas y energía. En marzo de 2022, la Reserva comenzó a subir la tasa para contener la inflación que para junio de ese año trepó al 9,1% interanual –7,1% en el Índice de Precios de Gastos de Consumo Personal (PCE)–, punto álgido desde el cual cedería entretanto continuaba el incremento de tasas para llegar a 5.25%-5.50% desde julio de 2023 hasta setiembre de 2024. En 2021, 2022 y 2023, la inflación anual medida por el PCE, indicador preferido de la Reserva, superó la meta del 2%. Cabe agregar que la inflación pospandémica fue un fenómeno global. El 23 de agosto del año en curso, la política monetaria contractiva, niveles de inflación controlados y un mercado laboral en recuperación fueron la antesala del discurso de Jerome Powell en Jackson Hole, una pintoresca localidad de Wyoming que anualmente alberga al principal simposio económico del mundo. Luego de repasar el trayecto zigzagueante desde la pandemia, Powell dijo que había llegado la hora de la normalización, dejando entrever el proceso de baja de tasas que efectivamente se consumó en las reuniones del FOMC de septiembre y noviembre. La coincidencia del simposio con el tramo final de las elecciones generó expectativa y reacciones en el ámbito político. El entonces candidato Trump había sugerido a la Reserva abstenerse de decidir recortes, en el entendido que estimularían la economía en beneficio de su contrincante oficialista en la fase final de campaña. No obstante, el FOMC obró según el anuncio de Powell mediante el primer recorte de 50 puntos básicos en septiembre. En todo caso, la política monetaria actúa con rezago, por lo que no podría haber incidido mucho en el contexto político previo a los comicios.
¿Qué pasará a partir del 20 de enero? ¿Continuará el proceso de normalización con recortes sucesivos de la tasa de referencia hasta una situación de equilibrio? En este momento, con una nueva Administración en puertas, la respuesta no puede ser categórica, pero conviene prestar atención a ciertos factores de los cuales apunto dos.
El primero es la eventual presión inflacionaria de las políticas de Trump. Naturalmente, el control de la inflación no implica el de todas sus causas, sobre todo de las que exceden del radio de acción de la autoridad monetaria. En su conferencia de prensa del 7 de noviembre, a la pregunta sobre si el FOMC adoptaría un enfoque proactivo o reactivo ante la nueva presidencia de Trump, Jerome Powell evitó juicios de valor. Dijo, en abstracto, que tanto las políticas del Ejecutivo como las leyes del Congreso surten efectos económicos que la Reserva Federal debe considerar en sus modelos y pronósticos para adoptar decisiones en función de su doble mandato de estabilidad de precios y máximo empleo. “Nosotros no adivinamos, no especulamos, no asumimos”.
A medida que las promesas van trasladándose del podio de campaña a los anuncios oficiales del hoy presidente electo, es evidente que Trump persistirá en su agenda “América Primero” con determinación y un Congreso acompañándolo, al menos al principio.
Esta agenda, como mencioné en “El efecto Trump”, se yergue sobre tres pilares que podrían generar cierta tensión inflacionaria: Tarifas a bienes importados, deportación masiva de inmigrantes indocumentados y reducción de impuestos.
Puntualmente en cuanto a las tarifas, el lunes pasado se convirtió en “lunes negro” para tres importantes socios comerciales de los Estados Unidos, cuando Trump anunció que en su primer día de mandato impondría tarifas de hasta 25% para productos importados desde México y Canadá, y 10% adicional a las ya vigentes sobre productos chinos. En el caso de México y Canadá, para los cuales Estados Unidos es el destino de más del 75% de sus exportaciones totales, Trump expresó que las tarifas continuarían hasta tanto estos países detengan el narcotráfico y la inmigración ilegal al territorio estadounidense a través de sus fronteras. Los tres países no tardaron en reaccionar a la noticia.
No es claro que el anuncio esté destinado a materializase tal cual.
Tampoco sorprendería que se trate de una táctica de negociación agresiva.
En principio, si las tarifas se elevaren, las empresas importadoras de los productos afectados trasladarían el diferencial al consumidor a través del precio o bien aceptarían menores ganancias. Las tarifas podrían generar una tensión inflacionaria, la cual empeoraría con una reducción de impuestos no focalizada y su correlato en términos de déficit fiscal o la deportación masiva de indocumentados y su reemplazo por mano de obra cara. Pero también se ha señalado que otras propuestas de Trump surtirían un efecto inverso. Por ejemplo, Nouriel Roubini, profesor de la Universidad de Nueva York, dijo en entrevista con ABC News (13/XI/2024) que ciertos beneficios impositivos para las empresas, la agenda de desregulación y las facilidades para la producción de combustibles fósiles podrían azuzar el crecimiento y aplacar presiones inflacionarias.
Más aspectos a considerar son la reforma para la eficiencia de la administración y el gasto público que liderará Elon Musk, los avances a corto plazo en el campo tecnológico con repercusiones en el mercado laboral y, en general, el buen desempeño de la economía. En octubre, el Fondo Monetario Internacional corrigió al alza las proyecciones de crecimiento para Estados Unidos de 2,6% a 2,8% en 2024 y de 1,9% a 2,2% en 2025.
El segundo factor es la dinámica entre el Ejecutivo, la Reserva –especialmente el FOMC– y su titular, Jerome Powell. Pese a haberlo nominado, Trump rompió relaciones cordiales con Powell durante su primera presidencia y lo ha criticado abiertamente desde entonces; sin embargo, no intentaría removerlo antes del fenecimiento de su mandato en mayo de 2026.
Por su lado, consultado el 7 de noviembre sobre si accedería a un requerimiento de renuncia y si la ley ampararía tal requerimiento, Powell contestó “no” y “no”.
Scott Bessent, futuro secretario del Tesoro, sugirió nominar al reemplazante de Powell con antelación de modo a restarle poder real con la figura oficiosa de un titular a la sombra. Esta picardía de estampa tropical no surtiría el efecto esperado. Lo cierto es que Powell posiblemente liderará la Reserva y el FOMC durante los primeros 16 meses de la segunda Administración Trump.
Técnicos. El titular ejerce influencia, pero más allá de Powell y de su eventual reemplazante, el FOMC está conformado por doce miembros de perfil técnico y diversa representatividad regional, cuyas decisiones se basan en datos, análisis, modelos y recomendaciones de una plantilla permanente de investigadores altamente calificados. Por tanto, al margen de eventuales desencuentros con el Ejecutivo, es difícil que las decisiones del FOMC se tuerzan precisamente ante las aspiraciones políticas que por virtud de diseño institucional están destinadas a sopesar o alimenten las fuerzas inflacionarias que deben contener. Lo más probable es que si el panorama cambia, el FOMC dé marcha atrás al proceso de normalización iniciado en septiembre y retorne a una política contractiva. De hecho, el recorte de noviembre ya fue de solo 25 puntos básicos (rango de tasa actual = 4.50%-4.75%).
Aunque se espera otro recorte de 25 puntos básicos para la sesión de diciembre, última del año, las declaraciones de Powell han asumido el tono más cauteloso que prima en el FOMC ante las incertidumbres de 2025.
En suma, mientras es fácil predecir que la Reserva Federal hará su trabajo y moverá las tasas de acuerdo con los escenarios que se materialicen en 2025, hoy es difícil pronosticar estos escenarios dado el posible efecto inflacionario de algunas promesas de Trump, que podría ser compensado con otras y un buen desempeño económico. El hecho es que el pueblo estadounidense votó por “América Primero”, una economía pujante y baja inflación. Es una combinación complicada.
Lo bueno es que Trump cuenta hoy con más experiencia y legitimidad que en su primer mandato, y una mejor alineación política. Intenta encaminar esa combinación sin sacrificar el retorno a la estabilidad en curso.
Después de todo, él prometió acabar con la “pesadilla de la inflación”.