Llegó a la cúspide de su carrera judicial en el 2004, como resultado de un pacto político. Miguel Óscar Bajac nunca pretendió engañar a nadie: era un claro cupo del PLRA en la Corte Suprema de Justicia conformada tras la pulverización de la anterior. El cambio de nombres en la máxima instancia judicial fue una promesa electoral cumplida por Nicanor Duarte. Así subió aquel miembro del Tribunal Electoral de Concepción a la Sala Civil de la máxima instancia judicial del país. Con él llegaron otros ministros y empezó el periodo de mayor descreimiento ciudadano hacia el Poder Judicial.
Luego de 14 años como alto magistrado, Bajac se jubiló días atrás, al cumplir 75 años de edad. Curiosamente, no será recordado por sus fallos en el fuero civil, sino por los escándalos que protagonizó. En el 2010 el entonces fiscal anticorrupción Arnaldo Giuzzio denunció que el ministro presionó para que favorezca a un narcotraficante en una causa. Ese mismo año, Javier Contreras, titular de la Dirección de Aduanas, reveló que Bajac le pidió que nombrara a un allegado suyo como subadministrador en el Aeropuerto Guaraní de Ciudad del Este.
Aquellas denuncias saltaron a la luz pública luego de la indignación que causó en el mundo jurídico y en todas las organizaciones dedicadas a la transparencia y la lucha contra la corrupción un fallo que pretendió anular las grabaciones hechas al ex fiscal Juan Claudio Gaona y el ex canciller Rubén Melgarejo Lanzoni. Las intervenciones que registraron las negociaciones de una presunta coima se habían hecho con autorización judicial pero en una sentencia insólita, en la que fue el preopinante, él argumentó que había que imputar primero a los investigados para luego grabarlos.
El oficialismo colorado quiso aguar los últimos años de Bajac en la Corte al iniciar un juicio político, acusándolo de incurrir en mal desempeño de funciones y de haber mentido para acceder al cargo.
Luego de años de haber favorecido a poderosos a diestra y siniestra, el ministro pudo ver qué tan ingrata puede ser la clase política. Pero Bajac no es un hombre fácil de tumbar. El ministro se jubiló y los que pretendían destituirlo nunca terminaron de reunir los votos necesarios. No contento con ganar esta partida, el ministro decidió extender su legado al Congreso: Sin muchos más méritos que ser su hija, María Eugenia Bajac alcanzó el Senado. Llegó al Congreso de la mano de un procesado, Enrique Salyn Buzarquis, y luego encontró cobijo en el llanismo, al lado de otros procesados.
Habituado a los desaires, el ministro tuvo que pasar los últimos días en el cargo dando explicaciones. La Fiscalía filmó a un funcionario judicial negociando un pago a cambio de una sentencia en nombre suyo. Bajac negó tener una relación cercana con el supuesto intermediario que lo invocaba en la coima, pero el funcionario resultó ser su compadre y compueblano. Al final, Bajac abandonó la Corte con su impronta de siempre: bajo sospechas y esquivando denuncias, intocable.
Decenas de doctores en Derecho ya se presentaron al concurso para el asiento vacante en la Corte. La vara que deja Bajac es bastante baja, pero el Consejo de la Magistratura ya demostró ser capaz de sorprender con sus candidatos. Lo seguro es que, una vez más, el criterio político se impondrá y tendremos un nuevo ministro más político que jurista y más diplomático que independiente. Quizás ahí nos demos cuenta de que Bajac fue el síntoma, no la enfermedad.