Por Carlos Darío Torres / Foto: Fernando Franceschelli.
Llegada en avión. Afuera espera un público tan ansioso como cálido, con muchos pequeños felices de recibir a Cachito, tan niño como ellos. El lugar puede ser cualquier rincón del interior, porque la escena, aunque única, es repetida.
“Nos ponían un avión y llegábamos con una delegación, como grandes artistas, como esos que vienen de afuera. Hasta nos designaban padrinos de promoción de escuelas”, recuerda Nizugan, padre —antes que creador— de Cachito. La popularidad del muñeco parlante abría todas las puertas y era un boleto para viajar a cualquier punto del país. Se había convertido en una celebridad.
Padre e hijo
La historia de Cachito se mezcla con la de Nizugan, el hombre que le dio vida, voz y alma. Nacido en Luque el 27 de noviembre de 1937, Juan Bautista Castillo Benza —conocido familiarmente como Toto— acompañó a su padre, Julio, desde pequeño cuando este hacía actos de magia en reuniones.
Como ilusionista aficionado, don Julio asistía a todos los espectáculos de magos que se hacían en el país, y Toto, el futuro Nizugan, era su escudero más fiel y persistente. Así, el niño fue encontrándole el gusto a la magia y empezó a practicar los trucos que veía hacer a su padre y a los prestidigitadores de afuera.
“Vivía en el Cuarto Barrio de Luque y tenía como vecino a un ingeniero agrónomo japonés, que cultivaba hortalizas en planteras, y a quien solía visitar. Tenía libros y en uno de ellos aparecía una ciudad con un nombre parecido a Nizugan. Además, yo era un alfeñique, tenía pómulos salientes, era orejón, y así mis amigos me pusieron un marcante y me llamaban Toto japonés o Toto Nizugan”, recuerda el artista.
Apenas salido del cuartel, Toto comenzó su carrera en el mundo del espectáculo. Hacía magia cómica e integró una delegación de artistas que debía actuar en el Festival de la Piña, en Valenzuela. Fue el momento de elegir un nombre artístico y optó por el marcante que tanto le molestaba: Ni-Zu-Gán, que con el tiempo quedó en Nizugan.
En ese momento, integrar el mundo del espectáculo era un pasatiempo, algo que aquel joven hacía por mera diversión, ya que su oficio, también heredado de su padre, era el de joyero. Simultáneamente jugaba en las Inferiores de Sportivo Luqueño y canalizaba su afición por el moquete practicando boxeo.
Nizugan llegó a la ventriloquía luego de casarse con su novia de varios años, María Elena Martínez Salinas, en 1966. Aprendió los primeros rudimentos gracias a un libro del sacerdote y ventrílocuo Wenceslao Ciuró.
“Vinieron las dos nenas, entonces fabriqué un muñequito (recién ahora analizo y me doy cuenta de que estaba buscando el varón) para que jugara con mis hijas. Era muy chiquito y le llamé Panta, en homenaje al personaje que encarnaba habitualmente Rafael Rojas Doria en el teatro”, relata.
Un día, el periodista y joyero luqueño Ramón Santiago Moreno, corresponsal del diario ABC, le sugirió que animara con Panta una fiesta aniversario del medio. El número gustó y enseguida el propietario del rotativo, Aldo Zuccolillo, le pidió que actuara en un programa de una hora en la televisión. Aceptó. La presentación fue un éxito y los pedidos ya no pararon.
“Me vi en la necesidad de hacer un Panta más grande. Yo trabajaba con los Compadres Álvarez Blanco-Rojas Doria y el Dúo de Oro Oviedo-Barreto. Conmigo éramos cinco, y yo hacía un poco de magia. Les pedí permiso para traer el muñeco, porque iba a competir con ellos en humor, y me dijeron que no había problema. Fue un gol, porque hasta ese momento no había aparecido un ventrílocuo así", cuenta Nizugan.
Nace y crece Cachito
Pero Panta era arriero y mal hablado, y el mago quería crear a alguien que fuera diferente, un niño. Gracias a su experiencia en la fabricación de títeres, creó un muñeco moldeado a imagen de su amigo Cacho Mura, de quien también tomó el nombre. Empezó a presentarse con Cachito y su tío Panta y pronto descubrió que se sentía más cómodo con el nuevo muñeco.
El nacimiento oficial de Cachito fue el 27 de octubre de 1972, cuando un empresario creó un sistema de autocancelado. La empresa se llamó Inda y la apuesta incluyó un programa de televisión denominado Inda tiene corazón, que además era el eslogan de la firma.
La audición presentaba un número de ventriloquía a cargo de Nizugan y su muñeco Indalecio, nombre que le habían puesto para que se lo identificara con la empresa. Pero la experiencia del sistema de autocancelado no tuvo un buen final y entonces el muñeco recobró el nombre de Cachito.
Fue el inicio de una larga carrera. “Participé en todos los festivales de Paraguay, y Cachito siempre fue figura. Empecé a entrar en nightclubs, en todos los lugares donde se hace arte y donde nadie había entrado antes. Hacía cinco locales por noche”, afirma Nizugan.
También trabajó con Míster Chasman y Chirolita —un ventrílocuo argentino y su muñeco, de gran fama y prestigio— en la fiesta del Club Félix Pérez Cardozo. El animador fue Silvio Soldán, quien le pidió a Nizugan que lo dejara presentar a Cachito.
El muñeco adquirió tanta personalidad, que la gente se dirigía a él como si fuera humano. “Tengo muchas anécdotas de cuando actuaba en la campaña. Había gente borracha que se peleaba con Cachito. Hasta ahora hay quienes creen que es humano. Hace poco, un militar me dijo que había visto a Cachito cuando tenía nueve años y que siempre creyó que era un niño”, cuenta.
La fama de Cachito los llevó a recorrer la mayoría de los países sudamericanos y varias ciudades de Estados Unidos. Actuaron en festivales de la canción (Nizugan estudió canto durante 12 años) como el del Parque del Plata, en Uruguay, y el de Cosquín, en Argentina, ganando premios y recibiendo la aprobación clamorosa del público.
“Lo traté como a un hijo. Una vez lo llevé a Disneyland y nos arrestaron. Cachito quedó prisionero en una bolsa. Me lo devolvieron al día siguiente. Esa noche no pude dormir de la preocupación, pensé que lo perdería”, rememora, emocionado.
En su casa de Asunción, que se llama la Galera de Cachito, el muñeco tiene su propio armario, con sus ropas y calzados. Se destacan un traje de charro, regalo del sindicalista Modesto Alí, y otro con motivos japoneses, obsequio de la cantante Diana Barboza.
Hoy Cachito todavía actúa, cuando a Nizugan lo invitan a animar espectáculos. Ya no es el único varón de la familia, porque después de Susana, Marta y Patricia, vino al mundo Juan, hoy conocido como Nizugan Jr., quien sigue los pasos de su padre en el arte de la magia. Pero el muñeco parlante es especial.
Padrino de promoción, cantante de festival o turista en Disneylandia, pero, sobre todo, mensajero de alegría para chicos y grandes. Bendecido con una infancia eterna, Cachito nunca fue un muñeco (¿quién puede decir lo contrario?), él es tan humano como nosotros.