“Combatí durante casi tres años, vi muchas cosas, pero nunca podré olvidar los ojos de aquellos a los que liberé en Auschwitz”, comentó a la prensa local.
Martinushkin, que cumplió 101 años el pasado 18 de enero, se alistó en el ejército cuando aún no había cumplido la mayoría de edad, aunque no entró en combate hasta 1943, tras lo que participó en la liberación de Ucrania, Polonia y Chevoslovaquia.
Pero nada ni nadie le había preparado para ver lo que le tocó ver en los barracones de Auschwitz, esos “hombres ennegrecidos y esqueléticos”.
Libertador por casualidad
“No sabíamos que íbamos a liberar Auschwitz”, confiesa, restando importancia a su proeza, en su 80 aniversario.
Las tropas soviéticas llegaron a la entonces desconocida localidad de Auschwitz pocos días después de liberar la ciudad de Cracovia, aunque su misión era cruzar el río Óder, tras lo que quedaba el camino expedito para avanzar hacia Berlín.
Acababa de cumplir 21 años cuando, como comandante de la compañía de ametralladoras 1087, llegó a un descampado, donde parecía encontrarse una base militar alemana.
Poco imaginaban los soldados soviéticos que los barracones y cámaras de gas que se extendían por una superficie de 50 kilómetros cuadrados albergaban una de las más terribles fábricas de muerte en la historia de la humanidad.
Según los historiadores, millón y medio de personas murieron en este campo de concentración, donde los soldados soviéticos encontraron cerca de 10.000 prisioneros.
Desgraciadamente, muchos murieron en los primeros días después de la liberación debido a las penurias que vivieron a manos de sus torturadores.
Hedor penetrante
“Estábamos acostumbrados al olor a humo y hollín desde el comienzo de la guerra (...), pero aquí había un penetrante olor a humo, un hedor especial”, señaló.
Días antes, los soldados alemanes volaron las cámaras de gas y los crematorios, y quemaron de prisa y corriendo con queroseno los últimos cadáveres e innumerables documentos en un desesperado intento de borrar las huellas de sus crímenes.
Martinushkin se acercó frente a sus compañeros a la verja de tres metros de alto que rodeaba el campo y pudo intercambiar las primeras palabras con los presos, en su mayoría centroeuropeos, especialmente judíos húngaros.
Junto a la verja, un grupo de presos, “esqueletos demacrados” -según el veterano de guerra-, recibió a los liberadores, aunque apenas acertaron a expresar alegría con sus miradas.
“La gente estaba exhausta, depauperada, ni siquiera había una sonrisa en sus rostros. Sólo pudimos entender por el brillo de sus ojos que había llegado la liberación del infierno en el que se encontraban, que el infierno había terminado”, dijo.
Su misión era avanzar hacia el Óder, pero, aunque tenían “muy poco tiempo”, él y varios de sus subordinados entraron en el campo.
“Nosotros sólo vimos un pequeño trozo de esa fábrica de la muerte. Entramos en un barracón, estaba oscuro y el aire era muy pesado y viciado. Sentimos que había gente en las literas, algún movimiento, susurros (...) Pero estaban en tal estado que no podían levantarse de sus camastros”, señaló.
Los juicios de Núremberg
Martinushkin, que fue invitado hace unos años por las autoridades polacas para regresar a Auschwitz, sólo entendió la magnitud de lo que había visto cuando fue citado para colaborar con la comisión que preparaba los Juicios de Núremberg.
“Fue un shock. Entonces, supe que en octubre habían llegado 150.000 de nuestros soldados, en los que los alemanes probaron por primera vez el gas Zyklon B. En febrero sólo quedaban 60 hombres”, señala.
Además, una semana antes de que llegara el Ejército Rojo, los alemanes cogieron a unos 60.000 presos y les obligaron a acompañarles andando en su retirada, una ‘marcha de la muerte’ en la que casi todos murieron por el camino bajo temperaturas gélidas.
Martinushkin fue herido en el hombro en Checoslovaquia, por lo que recibió la noticia de la victoria sobre la Alemania nazi el 9 de mayo de 1945 en el hospital.
Debido a su avanzada edad, ahora ha reducido notablemente sus contactos con la prensa, aunque hasta hace muy poco, cada 27 de enero asistía al acto conmemorativo de la liberación de Auschwitz en el Museo de la Victoria de Moscú.
Fuente: EFE