Ahora, ¿cómo pudo llegar hasta allí un sujeto con antecedentes tan patibularios? El Partido Cruzada Nacional, que lo incluyó en su lista, ¿desconocía las cincuenta denuncias y procesos judiciales que arrastraba? Y lo que es peor, ¿cómo se explican los 51.000 votos que obtuvo? Son síntomas de una enfermedad social que tiende a agravarse. Hemos naturalizado el voto al inmoral, el aplauso al tramposo y las hurras al narco.
Volvamos a Mbururu. Si no jura, será reemplazado por Javier Vera, alias Chaqueñito. Es un vendedor de asaditos, cantante y bailarín de redes sociales sin la menor preparación para estar en el Senado. Fue criticado por Norma Aquino, alias Yamil Nal, otro personaje extravagante que será senadora por el mismo partido. Tras la pelea, Yamil Nal renunció a Cruzada Nacional, pero luego volvió y explicó lo sucedido en sus redes sociales. Era una riña demasiado vulgar, hasta para programas faranduleros de bajo presupuesto. Explicar es un decir, pues la futura senadora publicó unos escritos inentendibles que arrojan pistas sobre cuál puede ser su aporte en la legislatura.
Olvidemos a Mbururu. Sin él, es escenario sigue siendo esperpéntico, de una chatura intelectual y moral aplastante. ¿En qué se ha convertido el Parlamento paraguayo? Adivino lo que viene, el nivel de sus discusiones, el oportunismo de sus decisiones, la autoprotección y el desprecio a los intereses populares.
Mencionar la mala calidad de los políticos obliga aclarar que no me refiero al nivel educativo que pudieran tener. Hay prejuicios elitistas que consideran que la política es un espacio destinado solo para ilustrados. Ni Lula da Silva ni Evo Morales tenían estudios universitarios, sin embargo, fueron líderes importantes de sus países. Además de erudición, la política exige honestidad, sensibilidad social y patriotismo.
Espero equivocarme, pero tengo indicios para sostener que ayer inició sus tareas, el que será el peor Parlamento de nuestra historia democrática. No se trata de un episodio inesperado, es la culminación de un gradual e incontenible proceso de degradación de la representación popular que comenzó hace unas tres décadas. Esto es una catástrofe para la calidad de la política.
Para empeorar nuestro pronóstico hay que agregar la notable hegemonía cartista en ambas Cámaras, lo que eliminará el contrapeso al poder que, a duras penas en el pasado reciente, marcó límites a una expansión de la impunidad y el autoritarismo. Si es cierto que en el periodo pasado existió el mensalão, en el actual ya no será necesario pagar a tantos. Igual, la trashumancia partidaria será intensa, pues las ambiciones individuales circulan por carriles distintos a los de los mandatos partidarios.
Algunos ni siquiera esperaron jurar para tirarse a los brazos de los dueños del poder. Tantos, que lo que llaman oposición quedó reducida a su más mínima expresión. Eso será un serio problema, pues las democracias funcionan mejor con una oposición seria y fuerte. Conociendo el talante del cartismo, no es difícil adivinar que, sin barreras enfrente, se animarán a blindar a Erico Galeano, copar el Jurado de Enjuiciamiento y el Consejo de la Magistratura, amenazar con pérdidas de investidura y acorralar al nuevo fiscal general. De allí, a soñar con volver a abrir las puertas a la reelección de Cartes, no hay mucho trecho. Lo dicho antes, se vienen tiempos recios para la democracia.
Mbururu ya no estará, pero solo porque era una excrecencia impresentable, incluso para los parámetros de nuestra política. La que seguirá siendo de mala calidad. Esto no es solo un problema de los políticos, sino de toda la sociedad. La política no es un teatro del horror ajeno, es un espejo de la vida ciudadana.