Una familia denunció negligencia médica en la muerte de un recién nacido en el Hospital de Coronel Oviedo. La mujer debía acceder a una cesárea, pero el personal de blanco le practicó parto normal debido a que supuestamente no había anestesiólogos, según la denuncia.
Parecieran cuentos de terror sanitarios, pero no, son fragmentos de lo que se vive diariamente en los centros de salud pública del interior del país.
Pero a todas estas historias les antecede el caso del fallecimiento del recién nacido Osman Mallorquín. Este hecho está vinculado a la inauguración de la terapia neonatal en el Hospital Regional de Villarrica, que posteriormente fue desmantelada para algunas refacciones, cuya decisión “unilateral” derivó en las consecuencias del fallecimiento del recién nacido.
El bebé tuvo que viajar más de 170 kilómetros para acceder a un servicio de terapia neonatal en el Hospital Materno Infantil de Trinidad en Asunción y no pudo acceder a una atención en el interior. Pareciera que importan más las inauguraciones antes que la operatividad de una terapia neonatal, una materia pendiente en el país.
Esta historia es la que pareciera que causó un efecto dominó que trae consigo una serie de evidencias y postales sobre las precariedades del sistema de salud pública.
Una ficha se cayó en el plano de la salud pública y esta ficha causó el efecto dominó que día a día revela lo que se vive diariamente en los hospitales de tierra adentro.
Las realidades son crueles, tristes, indignantes que deberían ser el motor para que el sistema de salud pública mejore en todos los ámbitos. Ni siquiera hay una epidemia, pero el sistema ni siquiera logra responder adecuadamente algunos casos, que tras la crisis saltan cada día en el relato diario en los medios masivos.
La “crisis” es una oportunidad, según la ministra de Salud, María Teresa Barán, y los paraguayos esperan que esta crisis sea el inicio de los cambios profundos y necesarios en las grietas del sistema de salud pública.
Es indignante que una mujer no encuentre asistencia en una Unidad de Salud de la Familia, aunque este sitio no esté preparado para un parto.
Es indignante que las puertas estén cerradas en un puesto de salud, aunque metafóricamente esta es la situación de la salud pública en el país: cerrado por terapia intensiva.
Es indignante que caiga el techo en un Puesto de Salud. Es indignante que cada día se denuncien casos de negligencia médica.
Es indignante, que se inauguren obras con la presencia de las autoridades, como el presidente Santiago Peña y la ministra de Salud, María Teresa Barán, para que posteriormente se desmantelen y se hagan las refacciones necesarias.
Es indignante que los nuevos hospitales se habiliten con “bombos y platillos” para que finalmente ni siquiera cuenten con los insumos y recursos humanos necesarios para los centros médicos de gran envergadura.
Es indignante que la disponibilidad y funcionamiento de la terapia neonatal siga siendo una gran materia pendiente en el país.
Y, por sobre todo, no debería ser normal leer, ver o escuchar situaciones indignantes que acontecen en el sistema de salud pública, sino más bien las autoridades deben promover encarecidamente acciones y decisiones que reparen profundamente las heridas del sistema de salud.
Es obligación del Estado proteger, promover y garantizar el acceso a la salud para toda la población. No solo es su obligación inaugurar obras, sino que sean realmente funcionales para la atención a la salud.