Este añoso árbol regala esplendor y sombra desde finales de los años 60, según relatan los vecinos.
Este tajy –o lapacho- se encuentra en la vereda del Centro Cultural Ayala-Talavera de Villarrica y sus propietarios lo han cuidado por años de muchas amenazas. Mediante esa protección incondicional, llegó a crecer majestuosamente para ofrecer hoy en día lo mejor de la naturaleza.
La escribana Teresita Ayala, propietaria de la casona donde creció el tajy, cuenta que dicho árbol ya estaba enclavado en el mismo sitio cuando sus padres, Andrés Ayala Velázquez y Gladys Talavera Franco, adquirieron la propiedad en el año 1982.
Añadió que desde ese momento pasó a formar parte de la familia. “Creció con mucho cuidado, sintió el amor, la admiración de todos, si bien en ese momento no era residencia de la familia, sino sede del Poder Judicial, para luego convertiste con los años en la oficina de sus padres. El tajy siguió creciendo con nosotros. En el año 1994 mis padres me donan la casa y lo más valioso que tenía, el tajy”, señala.
Agregó que del 2003 al 2017, aproximadamente, la casa fue el hogar de su familia y el tajy los cobijó con su sombra y sus flores; siendo testigo de las tertulias y serenatas.
“Este año más que nunca dio lo mejor y se vistió realmente de gala para decirnos: la vida es bella, fuerza y debemos seguir adelante, familia. Es el emblema de nuestra ciudad y nuestro orgullo familiar”, comenta.
Símbolo. María Sol Arrúa Ayala, hija de la escribana, dice que este árbol es ícono para la ciudad y para su vida, ya que ella creció bajo su sombra y su alegría hecha flores en cada primavera. Incluso, en muchas oportunidades –junto a su familia- les tocó salir en su defensa cuando sufría amenazas de poda o de ser talado, porque sus ramas “molestaban nomás”.
“Fueron mis padres amantes de la naturaleza, y mi papá desde su profesión como un asiduo defensor de este bien difuso, quienes sembraron en mi corazón y conciencia la semilla de la convivencia armónica entre el hombre y el ambiente. Estamos muy orgullosos de este lapacho, es el primer canto de primavera en la ciudad, y hoy un vivo recuerdo de resiliencia, armonía y de mi papá”, afirma.
Es imposible pasar por el lugar y no tomar una foto de este imponente árbol o, mejor aún, parar para admirar tanta belleza que adorna las calles de Villarrica.
Sin duda alguna, los árboles nativos son el tesoro viviente que debe ser protegido y, a la vez, generar conciencia sobre su preservación.