En su mensaje sobre el retiro de la candidatura paraguaya, el presidente Santiago Peña declaró que el objetivo “innegociable” de su propuesta había sido la “recuperación de la relevancia institucional de la OEA”, algo que, sin duda, necesita. Luego calificó dicha “visión” como una “lucha por los valores, principios e ideales que unen a nuestro continente tan único”.
Sin embargo, no ahondó en absoluto sobre esos “valores, principios e ideales”, abonando así la duda sobre qué realmente representaba su propuesta. El 25 de enero, el mismo presidente fue citado por El Observador de EEUU, diciendo que “las banderas que levanta Trump son las de Paraguay y la mayoría de los países de América Latina”. Vaya declaración, considerando que el propio Trump amenazaba con recuperar el Canal de Panamá para sí en su discurso inaugural. ¿Era esa su “visión” de lo que nos une?
Evidentemente, intervenciones como estas sembraron dudas sobre la autonomía que podría llegar a tener un SG como Ramírez Lezcano en la OEA. Al principio, se especulaba que él podría representar una suerte de “derecha moderada”, capaz de lidiar con la administración Trump, pero al mismo tiempo mantener un diálogo político más plural, atendiendo así la necesidad de darle a la OEA su propio peso. Esa opción se fue desvaneciendo, sobre todo en Brasil y entre los socios del Mercosur.
Finalmente, los llamados “progresistas” decidieron optar por el candidato caribeño, y a estos les siguieron países centroamericanos, México y Canadá.
Ver la declaración conjunta de Bolivia, Brasil, Chile, Colombia y Uruguay fue muy duro. Es como si uno pretendiera ser presidente de la comisión vecinal y tus vecinos más inmediatos no te apoyaran. ¿Qué impresión puede causar eso en el resto del barrio? Es cierto que había muchos otros motivos para optar por el candidato caribeño: la rotación geográfica, la larga experiencia de trabajo en la OEA de Ramdin, su labor más concienzuda en lograr apoyos visitando uno por uno, contar con un piso de catorce adhesiones que se mantuvieron unidas, y una cierta equidistancia respecto a los grandes polos de poder geopolítico. Janaína Figueiredo, de O Globo, menciona además otra seguidilla de errores de Paraguay, entre ellos el equivocado anuncio de la candidatura de Ramírez Lezcano en la Asamblea General de la OEA en 2024, cuando el gobierno de Santiago Peña era anfitrión. Eso no se estila.
Independientemente de todo ello, también cabe mencionar la existencia de una lectura equivocada de cómo actuar en el actual contexto geopolítico. Una de las características de este es, sin duda, la preferencia por la unilateralidad de parte del poder hegemónico, los Estados Unidos.
Ante eso, los países pequeños pueden optar por alinearse y buscar el favor de este, o resguardarse y mitigar los peligros de la unilateralidad mediante alianzas con los socios regionales.
Si se tratara de un poder hegemónico predecible y respetuoso de cierto orden, la búsqueda de una relación unilateral favorable podría ser una apuesta sensata. Sin embargo, ante una relación unilateral impredecible, sin marco normativo fiable, los riesgos son muy altos.
Se impone, pues, volver a las consideraciones sobre la importancia de los contrapesos en las relaciones internacionales, abriendo la puerta a una relación más estrecha y política con los países sudamericanos, en primer lugar. Este es un ámbito ciertamente debilitado, pero puede ser el camino más acertado.