21 nov. 2024

Un kit escolar realista

Lo ocurrido con los kits escolares este año es una evidencia empírica de un montón de temas educativos y culturales subyacentes que creo que vale la pena analizar o por lo menos convertir en preguntas.

Lo primero es lo que vemos en la superficie y se convierte hasta en muletilla de las conversaciones en estos días, que los kits escolares del gobierno no satisfacen las necesidades y expectativas. El ministro se defiende de las críticas al afirmar que –un poco más un poco menos– los libros luego se retrasaron por culpa de los ciudadanos que criticamos los términos ideológicos presentes en el Convenio con la UE, que dio una donación a Paraguay. Es una clara confesión de la ineficiencia del manejo del dinero público. ¿No le da vergüenza usar esa excusa?

Sobre el tema presupuesto podemos detenernos largo rato, pero lo básico es que nuestro dinero en manos del Estado se administra mal. Reclamamos a cada gobierno de turno usarlo con mayor austeridad, cortar el chorro a la burocracia inútil y pesada, invertir en educación, seguridad y salud pública. Pero no escuchan porque hay impunidad. Y la impunidad desalienta a los que sí trabajan y pagan forzados la festichola de unos pocos.

Pero el problema no queda solo en lo material. La humillación a la que someten a los ciudadanos con el tratamiento de “dádiva” o “regalo” que le dan a la provisión de llámese kits escolares o medicamentos o llámese subsidios justificados a los adultos mayores tiene debajo un componente sicológico y sociológico de manejo prepotente y, a la vez, miserable del poder que solo gente muy acomplejada y sin virtud puede tener. No se le trata así al vecino, al socio, al compueblano. Pero el “ciudadano” no es eso para el funcionario de turno, en su “función pública” ese otro se convierte para él en un ente vacío de sentido personal, es solo un nombre en una planilla que puede ser alterada porque “sos capo”. Výro lo que es el que cree que gana con esa actitud ratonil y chu’î porque con la misma moneda le pagan a él sus correligionarios que le imponen jefes sin currículum ni experiencia o le obligan a hacer hurras y callar sus opiniones, o le entorpecen cualquier idea porque el que levanta un poco la cabeza de la mediocridad será reprimido sin compasión por la manada.

Además, se afianza una mentalidad dependiente e infantil en la que nosotros mismos vamos cediendo nuestras libertades básicas a cambio de “igualdad” y de “seguridad”, de recompensas que creemos que el poder nos otorga cuando, en realidad, somos nosotros los que les proveemos de los medios para devolvernos ellos de tan mala manera. Es una relación tóxica en la que aprendemos a desear que nos domestiquen y nos enoja que no nos tiren las recompensas a cambio de nuestra actitud servil. La adultez implica tomar riesgos y elegir nosotros, por ejemplo, el tipo de educación que queremos para nuestros hijos.

Hace falta “más sociedad y menos Estado”. Nuestra cultura tiene la ventaja de una raíz de vida comunitaria de siglos que siempre ha sostenido sus valores fuera del ámbito del letradito poder político, pero nos están amaestrando para renegar de nuestra identidad y para ceder nuestra soberanía cultural al poder y sus protocolos.

Por último, y obviamente sin agotar el tema, hemos de plantearnos si los desafíos de la revolución tecnológica, de la globalización, del globalismo y su gobernanza, del cambio de época, de la subversión de valores, del transhumanismo, etc. pasan por pelearnos por el kit escolar o será que podremos sacudirnos de los lazos de los domesticadores para encontrar caminos propios, verdaderamente educativos, que estimulen el pensamiento y la creatividad, respeten la libertad, desarrollen la personalidad, fortalezcan la identidad, vigoricen la comunidad educativa, como viene escribiendo el gran pedagogo Jesús Montero Tirado. Este es el kit que realistamente debe ocuparnos, sin perder de vista los insumos, claro. Fondo y forma son importantes.

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A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.