El nacimiento de San Juan Bautista ilumina la vida de Zacarías e Isabel y trae consigo la alegría y el asombro de los parientes y vecinos.
Estos padres habían soñado muchas veces aquel día, pero ya no lo esperaban. Es muy posible que Zacarías se sintiese abandonado de Dios. Había esperado mucho. En su juventud y madurez había rezado con fe por su familia, por su pueblo, por la llegada del Mesías.
Pero llegó un momento en que se cansó de esperar. Se contentaba con cumplir los rituales propios de su labor sacerdotal, acompañados con oraciones, ayunos y sacrificios. Pero todo lo hace sin mucha fe, desesperanzado, con poco amor.
El Señor lo dejó mudo durante todo el tiempo de embarazo de Isabel. Nueve meses de silencio. Para aprender a meditar; para aprender a mirar y contemplar el paso de Dios por su vida; para renovar el amor.
Dios le da un tiempo para que aprenda a fiarse y callar frente al misterio de Dios y contemplar con humildad y silencio su acción, que se revela en la historia de los hombres y que siempre supera nuestra imaginación. Zacarías experimenta que nada es imposible para Dios.
El Evangelio de hoy se detiene en el momento de imposición del nombre al niño. Isabel escoge un nombre extraño a la tradición familiar. Zacarías confirma esa elección, escribiéndolo en una tablilla: “Juan es su nombre”.
…Podemos preguntarnos también nosotros cómo es nuestra fe: ¿Es una fe acostumbrada, cumplidora de actos de piedad, plana? ¿Soy como Zacarías, una persona cansada de esperar, desamorada? ¿Tengo sentido de asombro cuando veo las obras del Señor en mi vida y en la vida de los demás? ¿Estoy abierto a las sorpresas de Dios?
También nosotros necesitamos como Zacarías un tiempo de silencio, para aprender a meditar, para aprender a mirar y contemplar las maravillas de Dios, para renovar nuestro amor cada día.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/2024-12-23/)