21 ene. 2025

Un panteón con mala suerte (I)

Aparentemente, algunos de nuestros representantes parlamentarios se percataron de la fiesta que se armó en una ciudad de Irlanda, con la inauguración de una plaza con el nombre de Elisa Lynch. Y al parecer pretenden el mismo estrépito publicitario aquí, olvidando que hay muchas cosas por saber y obligaciones por cumplir para encarar estos cometidos. ¿Quién fue Elisa y qué méritos acumuló para merecer la distinción? Fue la compañera del Mcal. Francisco Solano López y residente en el Paraguay durante 15 años entre 1855 y 1870; y 14 horas en 1875; cuando en el escaso tiempo tras su retorno, fue expulsada por el presidente Juan Bautista Gill; el mismo que le había invitado a retornar.

Pero es posible que al notar semejante potencial publicitario con la designación de la plaza, nuestros representantes habrán pensado:

–¿Qué podemos hacer para aprovechar semejante impacto que la personaje tiene en la opinión pública?

–Si sus restos están aquí en un mausoleo de la Recoleta... ¿por qué no los llevamos al Panteón de los Héroes, junto al Mariscal?, reflexionó astutamente uno de ellos

–Pero Elisa no era paraguaya... se atrevieron a pensar otros de la misma cofradía.

–¿Y qué?... le hacemos paraguaya ... y ya está!

–Pero... ¡No se puede hacer eso…!

–¡Honoraria nomás …!, tranquilizó el anterior. Si podemos alzar nuestro salario y gua’u pio no se va’poder declararse paraguaya honoraria.

–¿Qué pio tanto...? coreó la mayoría. –¡Así se hace política en nuestro país!

Y en realidad, así se hace... No hay conceptos ni conocimientos y se ignoran los campos de acción de las instituciones; los cometidos y responsabilidades de cada una de ellas!

Si con el recurso de los votos nuestros representantes modifican el Presupuesto General de la Nación a sus reales antojos, ¿por qué no lo harían?

Si también incursionan en los cometidos de cualquier secretaría de Estado, atropellan funciones del Ministerio de Cultura y de las comisiones asesoras con que cuenta el mismo Parlamento. Y en este propósito hasta han obviado la inevitable como necesaria consulta a las Academias respectivas de la historia; o de recabar el parecer de algún especialista... aunque fuera por elemental sentido común. Nuevamente: ¡Qué pio tanto!

Pero en realidad... ¿no deberían considerar las señoras y señores representantes del pueblo que somos parte de una costosa estructura llamada Estado Nacional? Y que como todos y como ellos también, tenemos prerrogativas, funciones específicas y obligaciones que nos indican un determinado andarivel para nuestras actuaciones? Y que si invadimos los de otros organismos del mismo Estado, deberíamos hacerlo con el respeto y la consideración debida en el intento de compaginar tareas hacia el cometido del bien común? ¿Centrándonos en el ejercicio de la disciplina constitucional, que también requieren las iniciativas de “la autoridá”?

Pero en algún momento las cosas en nuestro país, cambiaron. Para peor. Tal vez en el momento en que los más bajos niveles del padrón de los Partidos, intuyeron, captaron, “olieron”, que podían integrar las listas electivas. Que si la más alta dirigencia había claudicado razones y compromisos para concretar “ententes” de gobierno para manotear los negocios del Estado... ellos también tenían derecho.

Que si se desmoronaron los altos niveles intelectuales y de probidad que requerían los accesos a los cargos más relevantes del Estado Nacional, ellos también podían estar allí.

Porque tras noches de hurras y pegatinas sostuvieron el fervor partidario porque cuando llegaban las “justas electorales” eran los encargados de llevar o traer a los correligionarios a los locales de votación; o conseguían documentos para quienes no los tenían. Y hasta proveían de un “cien mil’i” a los que necesitaban un refuerzo para el escuálido bolsillo.

Y así habrá sido –solo es una suposición– para que las ilusiones de mayor calidad en el gobierno tras la partida de la dictadura derivara en la decadencia que le siguió. A tal punto de que el Paraguay es el único país que al desprenderse de sus regímenes totalitarios, el mismo Partido Político que los sostuvo durante los 35 años de vigencia, siguió en el gobierno.

Y entonces...? Entonces...¡nada! El problema es que cuando los estamentos de gobierno proceden erráticamente y pretenden que nos alineemos a decisiones equivocadas, se devalúa el prestigio de la autoridad y la utilidad del costoso Estado Nacional. Tanto como el valor de la historia en el sustento de la responsabilidad social y colectiva.

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