27 ene. 2025

Un Panteón con mala suerte (IV)

Los conflictos del edificio originalmente destinado al Oratorio de la Virgen de la Asunción y cuya erección fuera encarada por los López, padre e hijo, no se limitaron a las disputas por la posesión de la imagen o por la emergencia de la guerra. Sino también, a la búsqueda de los restos del Mariscal como para alojarlo en el recinto cuya conclusión era finalmente planteada en 1936; a casi 80 años de su inicio. Pues la búsqueda de tales restos tampoco tuvo un final feliz, de acuerdo a testimonios del momento. Tanto por el escaso tiempo dispuesto para encarar una investigación más rigurosa y por la inconsistencia de los datos que justificaran la legitimidad de los hallazgos.

Ante el ardor de la polémica, Efraín Cardozo intentó una “bendición” al procedimiento encarado por el “Gobierno de Febrero”. Porque ya frente a los hechos consumados, los justificaba de la siguiente manera:

“De todos modos, la presencia de tierra de Cerro Corá en esa urna reviste un valor representativo que justifica su guarda en el Panteón Nacional y veneración por el pueblo”. Y antes de esconder la mano, Cardozo lanzó otra piedra:

“Aunque no contenga precisamente los restos del Mariscal López, ese puñado de tierra está empapado con la sangre del indomable puñado de héroes que libraron la última batalla, en el último confín de la patria, y que prefirieron morir antes que capitular”.

Nadie de ningún Gobierno, en algún momento de nuestra historia reciente, volvió a mencionar el tema. Ni siquiera cuando el General José Félix Estigarribia falleciera en un accidente de aviación el 7 de setiembre de 1940, momento en el que junto a los honores debidos al Conductor de la Guerra del Chaco, se decidiera también que su esposa, Julia Miranda Cueto, víctima mortal del mismo accidente, le acompañara en su última morada. Es decir: En el flamante Panteón. Sin que hubiera otra razón, que el juramento: “Hasta que la muerte nos separe”, hecho en el acto del matrimonio realizado en Concepción, unos 20 años atrás.

La intención de llevar los restos de Elisa Lynch al Panteón se suma entonces a la serie de olvidos, ignorancia o desinterés, que los paraguayos hemos manifestado siempre hacia los hechos de nuestra historia. Más allá de la desbordante pasión perifoneada en cuanta ocasión se nos presente. Porque si de acuerdo a estas declamaciones y a la consagración de “tierra de héroes” que se nos adjudica, no tenemos sino a unos pocos de ellos/as en el recinto de las actuales preocupaciones parlamentarias. Y lo peor es que en la generalidad de los casos, tampoco sabemos donde se encuentran; peor que eso: Nunca los hemos buscado a pesar de que algunos, que cuentan con responsabilidades y salario, no lo hacen.

Y en relación a otras heroicas muertes sucedidas durante todos los tramos de la Guerra del 70, no se sabe dónde están esos restos... aunque tampoco se los ha buscado. Entre ellos estarían los que perecieron durante la “Diagonal de Sangre”; ni siquiera el del vicepresidente, Domingo Francisco Sánchez, muerto en el mismo día que los hijos del Mariscal, Panchito y José Félix López Pesoa. El primero de 15 años y este último, de apenas 10 años. Además de los 42 jefes y oficiales, famélicos y desarmados, también fueron rematados en la oportunidad que tiene día y hora: Aunque últimamente la fecha, anda dando brincos en el calendario oficial.

¿Más muertos perdidos? En 1924, los dueños del antiguo Campamento de Cerro León llevaron los restos de los más de 3.000 combatientes paraguayos inhumados en el sitio, para trasladarlos a una fosa común coronada hoy con monolito y lápida correspondiente.

En el Cementerio de Paso Pucú se verifica el mismo olvido que el caso anterior... aunque sin la lápida. Y también están los restos de otros héroes a los que ni siquiera cubre el suelo nativo o no se encuentran bajo el cielo patrio. Como los del capitán Andrés Herreros, que debería estar –todavía– en el Cementerio de Ladario, Matto Grosso brasileño. Cerca de allí, en “Siete Cerros”, en el mismo país, estarán los restos del coronel Juan Bautista Delvalle y sus soldados, decapitados ya después de finalizada la contienda, el 4 de marzo de 1870. Y en tierra argentina están los más de 1.200 paraguayos que fueron decapitados al finalizar la Batalla de Yatay.

Tampoco se sabe dónde se encuentran los restos del capitán José Matías Bado que, preso del enemigo y gravemente herido cerca del arroyo Yacare, su cuerpo tendido convocaba la curiosidad de los brasileños. Moriría al día siguiente, 29 de agosto de 1868.

En la noche de Navidad de 1868, Juan Anselmo Patiño conducía en una carreta al coronel Valois Rivarola, quien malherido, iba en busca de atención médica en el Hospital del Campamento de Cerro León. Durante el trayecto, al cruzar la vía férrea “en el lugar denominado Encrucijada, entre Paraguarí y Cerro León, la carreta dio un barquinazo, falleciendo en ese momento el héroe legendario”. Se ignora el paradero de sus restos.

Tampoco sabemos dónde están los restos de muchas otras pérdidas de la Guerra del 70; ni los de los próceres de nuestra Independencia. A pesar de que se tienen precisas noticias de sus paraderos.

Por lo que ante tanta preocupación por la posible presencia de Elisa Lynch en el Panteón, nos permitimos sugerir a los ilustres parlamentarios que deberían exigir al Ejecutivo Nacional la investigación sobre los destinos –todavía inciertos– de todos los paraguayos que hubieran ofrendado sus vidas en beneficio de la patria y de nuestra felicidad. Para que finalmente los rescatemos del olvido y nos consagremos a la construcción de un Gran Mausoleo Nacional con todos los requerimientos exigidos para los homenajes. Es muy poco, confrontándolo a tantos bellos ejemplos de heroísmo y compromiso que ellos nos ofrendaron.

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