Albert Traver
Medellín (Colombia), 12 feb (EFE)
La ruta, que se realiza en camionetas de transporte escolar, reconstruye los últimos días de la vida de Escobar mientras la guía turística, Natalia Buitrago, relata la historia del fundador del Cartel de Medellín.
Comienza en el barrio de Los Olivos, donde se encuentra la casa en la que la Fuerza Pública abatió al capo, o donde el narcotraficante “se pegó un tiro”, como sugiere la guía, alimentando así la leyenda acerca de la muerte de Pablo.
Luego prosigue hasta el cementerio de Montesacro, pasando primero por las ruinas del Edificio Dallas, el llamado “Centro de Negocios”, desde el que el narcotraficante arrancó su negocio de la droga.
La inscripción “Pablo vive” en una de las paredes del edificio, abandonado desde 1993, tras un atentado perpetrado por sus rivales, deleita al turista con el deseo de retroceder 30 años y conocer el Medellín de los narcotraficantes.
Ya en el Montesacro se hace realidad el deseo de “Don Pablo”, como reza la lápida bajo la cual está enterrado junto a sus padres, un hermano, una tía y su guardaespaldas: estar enterrado en Colombia.
Y es que bajo el lema “Prefiero una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”, Escobar emprendió una guerra contra el Estado en los años ochenta para evitar su extradición, que dejó un gran reguero de muertes.
Pero el punto álgido no es ni la casa de Los Olivos, ni el solitario mausoleo familiar, tampoco el edifico ruinoso, sino conocer en persona a Roberto Escobar, alias “El Osito”, hermano y compañero de andanzas de Pablo.
Allí hacen sus delicias los intrépidos turistas, generalmente jóvenes europeos o norteamericanos que creen que Pablo Escobar se asemejó más a ese “Robin Hood paisa”, como un día lo llamaron algunos medios colombianos, que al poderoso y sanguinario narcotraficante.
Antes de llegar a la vivienda, la precavida guía advierte a los visitantes: “Roberto justifica todo lo que hizo su hermano”.
Medio ciego y medio sordo, a causa del paquete bomba que le mandaron durante su reclusión en la cárcel, “El Osito” cuenta, como si de hazañas se tratase, las peripecias junto a su añorado hermano.
Agujeros de bala en paredes y cristales reminiscencia de un intento de secuestro, el comedor en el que Pablo celebró su último aniversario el día antes de ser abatido, caletas o escondites y una lancha que tenía la familia en la lujosa Hacienda Nápoles son algunas de las cosas que se pueden ver en esa vivienda.
"¿Se arrepiente de algo?”, le preguntó un joven irlandés a lo que Roberto Escobar dijo: “todo ser humano en la vida comete errores y tiene que arrepentirse, pero lo importante es no volver a caer en ellos”.
"¿Qué piensa ahora de todo lo que hicieron?”, agregó una canadiense, a lo que fue respondida: “de lo que hizo el Cartel hubo cosas muy buenas, como también hubo errores”.
Ya de regreso, Mark, un suizo de ruta por América Latina, afirmó a Efe: “Pablo hizo cosas buenas, dio casa a la gente que no tenía nada, pero al final todo lo quería para él”.
Durante el tour, que tiene un costo de 55.000 pesos (unos 30 dólares), este joven compró a los organizadores todas las películas sobre el narcotraficante y un retrato de Pablo dedicado por Roberto con firma y huella dactilar.
Y es que los Escobar afirman que, ya sin el lucrativo negocio del Cartel de Medellín y con la mayoría de los bienes incautados por el Estado, no les queda dinero, pese a que en los años ochenta reunieron una de las mayores fortunas del mundo.
Esta iniciativa no está bien vista ni por las autoridades ni por los habitantes de Medellín, que observan con estupor cómo se anuncia en las redes sociales y se ofrece a los turistas en los hostales y hoteles de esta ciudad, la cuna del narcotráfico en Colombia.