Señaló que el Paraguay es más grande que Alemania, que tiene abundante energía hidroeléctrica limpia, es una potencia en la producción de alimentos y mantiene una estabilidad macroeconómica y fiscal envidiable. Agregó, es “un país promercado y proempresa”, por ende, potencial destino de las inversiones extranjeras directas, si solo se diera a conocer mejor.
Así se inició una misión diplomática fuera de lo común. El presidente paraguayo apuntó que su objetivo era “hacer conocer” al Paraguay, pero eligió hacerlo con el Congreso y al sector privado de EEUU, dejando de lado a la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Curiosa decisión, pues, por lo general, las relaciones entre países se manejan de manera tal que los presidentes privilegian las relaciones con sus pares. Lo esperado hubiese sido una visita de Estado oficial, con una reunión a nivel de Presidencia, y luego las correspondientes derivaciones en el Departamento de Estado, el Congreso y el sector privado, salpicado con conferencias e intervenciones en el mundo académico y en los llamados “tanques de pensamiento”. La razón dada para esta nueva iniciativa de “diplomacia presidencial” fue que las relaciones con el Ejecutivo americano ya estaban lo suficientemente cimentadas, y era necesario abogar con los sectores más políticos y el sector privado.
Muchos decodificaron esta movida como una manifestación de descontento con la relación diplomática formal. De hecho, el presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado paraguayo, Gustavo Leite, quien acompañó al presidente, lo dejó claro. El objetivo era recobrar el control de la narrativa sobre Paraguay, pues estaban seguros de que los informes del embajador americano Marc Ostfield eran parciales. Entre las preocupaciones del senador estaba la designación del ex presidente paraguayo Horacio Cartes como “significativamente corrupto” y las sanciones a las empresas de este por parte del Departamento del Tesoro. Por ende, parte del objetivo es que con legisladores mejor “informados”, la próxima vez que el Departamento de Estado reporte sobre las designaciones de “significativamente corruptos” (es una lista larga a nivel global y es necesario rendir informes cada 90 días según dicta la sección 7031 c del Depto. de Estado) los miembros de la Comisión de Relaciones Exteriores paren la oreja y cuestionen el porqué.
El argumento que guió parte de esta audaz diplomacia presidencial consistía en resaltar que Paraguay es pro-Taiwán, pro-Israel y contrario a la expansión de la influencia china en América Latina. Por ende, debe ser un socio privilegiado de los EEUU. Esto, ciertamente, es música para los oídos de la congresista republicana María Elvira Salazar, de Florida, quién tuiteó una foto de ella con Santiago Peña y declaraba “es de los nuestros”. Sin embargo, también es muy riesgoso. Aunque la delegación de Paraguay dice haberse reunido con congresistas y senadores de ambos bandos, no se puede ocultar la opción preferencial por los republicanos. Ello en un momento en que el Partido Republicano está sumido en una profunda crisis y su máximo líder, Donald Trump, enfrenta múltiples acusaciones penales y civiles. Finalmente, está el eco que puede tener este posicionamiento en la región sudamericana. ¿Cómo entender esa frase de Peña en el Wilson Center, de que la inestabilidad macroeconómica de algunos países los lleva a ceder ante la influencia china? Alusión a la Argentina, vecino de vital importancia. O ese apoyo sin tapujos a Israel, sin mencionar al pueblo palestino. Muy distante de las posiciones más equilibradas que han venido asumiendo los países de la región. Es sin duda difícil marcar el justo medio, pero no se puede salir a la palestra sin tomarle el pulso al vecindario. ¿La cancelación de la reunión con el presidente Lula a su retorno de Washington puede ser una señal ominosa en ese sentido?