Del pequeño insecto se salvan los pinzones de islas tan alejadas como Darwin, Wolf, Española y Genovesa, pero en “todo el resto las aves están siendo atacadas y parasitadas por esta mosca”, dijo a Efe Paola Lahuatte, investigadora de la Fundación Charles Darwin (FCD).
Conocido también como “mosca vampiro aviar”, el insecto coloca los huevos en los nidos de las aves y cuando salen las larvas se alimentan de la sangre de los pichones “a tal punto que muchas veces les mata”, lamentó.
La larva permanece en el nido alrededor de ocho días antes de encapsularse para transformarse en una mosca adulta, etapa en la que ya no es una amenaza para las aves, pues se alimenta de frutas, néctar y flores.
“El impacto que se vio durante estos últimos años es tan grande que hay especies que están a punto de extinguirse, como el pinzón de manglar”, del que hay solo unos cien individuos, y cuyos pichones mueren en los nidos a causa de Philornis downsi, dijo.
Pero también está en peligro el pequeño pájaro brujo, cuyas aves no pueden reproducirse exitosamente por la infestación del insecto.
Llegó desde el continente
Parecida a la mosca común, la Philornis downsi mide un centímetro y tiene un mapa de venas en las alas, que las hace única a nivel taxonómico.
Análisis genéticos determinaron que la mosca llegó al archipiélago desde el continente, probablemente en los barcos o aviones en los que se trasladaban colonizadores en los años sesenta, cuando no había una agencia de bioseguridad que controle —como ahora— el ingreso a las islas.
La mosca, que vive unos siete meses, “pudo colonizar fácilmente todas las islas y el parasitismo fue tan grande porque no hubo un controlador natural”, añadió Lahuatte.
Los científicos están ahora embarcados en el gran reto de encontrar medios de control a corto y a largo plazo, y para ello han destinado un laboratorio donde crían y estudian el comportamiento biológico y ecológico del insecto.
¿Una microavispa para acabar con la mosca?
Por el momento, y gracias a pruebas de laboratorio y de campo en el Ecuador continental, en la Universidad de Minnesota (EEUU) y la Escuela Politécnica del Litoral (ESPOL), saben que hay controladores naturales de la mosca que son microavispas nativas de Suramérica.
“Estas microavispas parasitan cuando la mosca ya se encapsularon para transformarse en adulta. Colocan sus huevos dentro de esta cápsula y sus larvas se alimentan de la mosca”, explicó.
Pero como las mencionadas microavispas no viven en Galápagos, los expertos necesitan estudiarlas para determinar si son especialistas en alimentarse de Philornis y para asegurarse de que no representen un riesgo para los ecosistemas del archipiélago, antes de usarlas en un posible programa de control biológico contra la mosca.
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Según Lahuatte, el Gobierno ecuatoriano y la Agencia de Regulación en Galápagos aprobaron realizar los últimos estudios sobre una microavispa que demuestra promesa, la Conura annulifera, encontrada en el Ecuador continental, a unos 1.000 km del archipiélago.
Mientras tanto, para proteger a las aves, los ornitólogos usan aspersores con un insecticida de muy baja toxicidad que mata las larvas de las moscas en nidos, y también colocan el producto en algodones que usan las aves para construirlos.
“Lastimosamente no todas las aves aceptan este tipo de material, por lo que se intensifican los estudios para buscar el sustrato apropiado”, anotó al agregar que también hay análisis de uso de repelentes en la base de los nidos, evitando el contacto con los polluelos.
Pero el tema no acaba ahí. Para reducir el impacto de la mosca sobre las aves terrestres, la FCD y el Parque Nacional Galápagos coordinan un esfuerzo que incluye a 24 instituciones de una decena de países, que investigan sobre la biología y ecología de esta especie aún poco conocida y altamente dañina.