El estudio, liderado por Gary Borisy, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard (Massachusetts, Estados Unidos), se publica este martes en la revista Cell Reports.
El microbioma oral humano es un ecosistema complejo y sus comunidades microbianas se ven afectadas por factores como la temperatura, la humedad, la saliva, el pH, el oxígeno y alteraciones como las abrasiones o la higiene oral.
Sin embargo, hasta ahora, la organización microbiana fue poco estudiada, por lo que “averiguar quién está al lado de quién nos ayudará a entender cómo funcionan estas comunidades”, explica Jessica Mark Welch, del laboratorio Biológico Marino de Woods Hole, Massachusetts.
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“La lengua es particularmente importante porque alberga una gran reserva de microbios y es un punto de referencia tradicional en la medicina. Precisamente por esto, cuando vamos al médico, sacar la lengua es una de las primeras cosas que nos pide”, comenta la investigadora.
Y es que “las bacterias en la lengua son mucho más que un montón aleatorio. Son más como un órgano de nuestros cuerpos”, añade Borisy.
Para hacer el estudio, los investigadores desarrollaron la técnica Clasi-Fish, que consiste en etiquetar un tipo determinado de microorganismo con múltiples fluoróforos, lo que amplía enormemente la cantidad de microbios que pueden identificarse y localizarse de una sola vez en un campo de visión.
“Nuestro estudio es novedoso porque nadie antes había sido capaz de mirar el biofilm de la lengua de una manera que distinguiera todas las diferentes bacterias, de modo que podamos ver cómo se organizan”, dice Borisy.
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Durante el estudio, los investigadores usaron pequeñas muestras obtenidas de las lenguas de 21 participantes sanos para obtener una visión completa de la estructura del microbioma.
Así, identificaron 17 géneros bacterianos abundantes en la lengua y que estaban presentes en más del 80% de los individuos: bacterias libres, bacterias unidas a células epiteliales huéspedes y bacterias organizadas en ‘consorcios’, estructuras complejas de varias capas.
Esos consorcios tenían la estructura de una comunidad, con áreas ocupadas por un solo taxón (grupo de organismos) y que, aunque variaban de forma, solían tener de decenas a cientos de micras de longitud y tenían un núcleo de células epiteliales y un perímetro bien definido.
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Las lenguas de todos los individuos del estudio tenían consorcios formados por tres géneros: Actinomyces, Rothia y Streptococcus.
El Actinomyces aparecía con frecuencia cerca del núcleo, el Rothia se observaba a menudo en grandes parches hacia el exterior del consorcio y el Streptococcus se formaba de una fina corteza en el exterior de los consorcios, así como venas o parches en su interior.
El estudio concluye que las comunidades microbianas de la lengua crecen siguiendo una pauta: primero las células bacterianas se adhieren al epitelio de la superficie de la lengua individualmente o en pequeños grupos, después, durante el crecimiento de la población, los diferentes taxones se empujan unos a otros y proliferan más rápidamente en los microambientes que más se acercan a sus necesidades fisiológicas.
Por último, estos microorganismos crecen de manera diferencial y se organizan en un mosaico de parches que se observa en las estructuras más grandes y maduras, concluye el trabajo.