Cada día, Norma empieza su jornada temprano, acompañada de un matecito caliente. Se prepara para llevar a su hija mayor a la facultad, para luego volver a su casa y desayunar antes de iniciar su día laboral. Norma Acuña tiene 43 años, está casada hace 19, es contadora y tiene dos hijos.
Su rutina parecería usual para muchas mamás paraguayas; sin embargo, desde que hace varios años recibió un diagnóstico de cáncer de mama, vive su vida de una manera mucho más comprometida.
A los 36, Norma recibió ese diagnóstico, y con ayuda de su familia y su grupo de amigos, que nunca la soltaron, atravesó el proceso médico recomendado.
Actualmente, hace siete años que terminó quimioterapia y radioterapia, y todo lo que eso implica. Sigue consumiendo un tratamiento oral, pero está en camino a una década de terapia, que es cuando recibirá su alta del cáncer.
Mientras tanto, ella se desempeña como profesional, madre, esposa, amiga y deportista; es una persona con muchas ganas de seguir descubriendo y haciendo las cosas que ama hacer.
Un antecedente importante a la hora de recibir su diagnóstico fue que, años atrás, su madre había fallecido a causa de un cáncer. “Me costó muchísimo.
Cuando me detectaron, pensé que me iba a tocar lo que le tocó a mamá. En ese entonces mis hijos estaban muy chicos, yo quería verlos disfrutar, crecer. Así, de a poquito, fui saliendo de eso, con la ayuda de mis amigos, de mi familia, mi marido y el amor de mis chicos”, explica Norma.
Según la campaña nacional gubernamental de octubre rosa de este año, impulsada por la Oficina de la Primera Dama en conjunto con el Ministerio de Salud Pública y otras instituciones como el Incan, en Paraguay el cáncer de mama es una de las principales causas de muerte en la población femenina y, al año, se detectan alrededor de 1700 nuevos casos.
A pesar de haber terminado sus tratamientos de quimioterapia y radioterapia, Norma sigue en constante control, de manera semestral, y atiende rigurosamente los signos de su salud, de su cuerpo y su mente.
“Estoy tranquila, mis estudios salieron bien. Pero cumplo a rajatabla lo que me dicen. Si para tal día debo hacerme ciertos análisis, yo voy y los hago”, agrega.
Una vida activa
Norma siempre fue deportista, y su deporte de preferencia era el handball. Al llegar el momento de iniciar su tratamiento, dejó de lado esa parte de su vida por un año y medio. En ese entonces se sintió muy limitada, pero apenas terminó ese periodo, volvió lentamente a hacer una de las cosas que más le apasionan: la actividad física.
La pandemia también interrumpió su vuelta al handball. “Cuando la cuarentena estaba llegando a su fin, y como ya casi no jugaba, entré al gimnasio y a partir de ahí fui escalando. Primero entrené funcional, ahora estoy haciendo crossfit, y me encanta”, cuenta Norma con una sonrisa en el rostro.
El día en que nos reunimos para hacer la entrevista, un sábado de tarde en Asunción, con clima lluvioso inusual, Norma llegó a nuestra cita con ropa deportiva, preparada para luego ir a tener ese momento consigo misma que tanto bienestar le da.
“Yo absorbo muchísimo todo, soy muy sensible. Cuando llego al gimnasio me olvido del mundo. Apago mi celular. Es mi momento, y mi familia lo sabe. Es donde yo me descargo, me desconecto”, comenta.
El deporte, en este caso el crossfit, aparte de ser ese espacio de autoconocimiento, también le brindó nuevas amistades, que le nutren y que le permiten tener otro círculo afectuoso por fuera de su familia y su grupo de amigos.
El día de la entrevista, como buena optimizadora de su tiempo, Norma también se había hecho sus estudios por la mañana. Mientras me contaba sobre lo que le gusta, la actividad física no tardó en salir a la superficie.
“Digo, parece una estupidez, hacer una parada de mano, y había sido no lo es. ¡Es dificilísimo! Y estoy ahí, practicando y practicando. Hace un mes aprendí a subir la cuerda y tocar el techo, y eso para mí es lo máximo”, comenta.
Si bien Norma siempre fue deportista, antes tenía una perspectiva distinta. Se atajaba más, le daba mucha entidad a las miradas externas.
“Ahora hago todo lo que me gusta. No escatimo. Y vivo mi día como si fuera el último. En cierto momento me di cuenta de que no solamente por tener cáncer uno puede morir; al salir de aquí, por ejemplo, de por ahí me pasa cualquier cosa. La vida es hoy, ahora mismo”, explica.
En medio de este experimentar todo intensamente que se propone cada día, Norma además vive por lo que cree que es correcto. “También la fe, que anteriormente capaz no tenía. Me siento una persona muy bendecida por todo lo que pasé y por lo que sigo viviendo día a día. Pienso mucho en Dios, creo que me dio una segunda oportunidad, y acá estoy, tratando de vivirla”.
Cuenta, con los ojos que brillan, que cuando la invitan a hacer algo jamás dice que no y que trata de estar en todas las actividades a las que pueda asistir.
Ella hace fuerte hincapié en la importancia de una detección temprana, sin importar la edad, ya que cada vez existen más casos en pacientes jóvenes. Y esto se logra con los controles anuales.
“Porque eso me salvó a mí”, detalla. Si bien aún no cuenta con su alta, Norma se siente bien, sigue rigurosamente su tratamiento y cree en los beneficios de la actividad física, la buena alimentación y hacer lo que uno quiere, lo que a uno le gusta. Esa es la vida que busca con intención.
Según la ley n.º 6211/18, se otorgan dos días hábiles laborales remunerados para la realización de los controles que ayudan a la detección temprana del cáncer. No esperes: en el portal del Ministerio de Salud se encuentra la lista de los servicios dependientes de esta institución donde se realizan mamografías y ecografías mamarias.
Por Nadia Gómez. Fotografía: Fernando Franceschelli.