11 abr. 2025

Una vida imbatida

Recordista mundial de permanencia en el agua, María Digna Escurra es un ejemplo de resistencia a la adversidad en el deporte y en la vida misma.

El repentino silencio de quienes la acompañaban, desde la orilla y desde las embarcaciones, puso en alerta a María Digna Escurra (Nina). Estaba a punto de batir el récord mundial de permanencia en el agua y de repente, sonó una alarma interior. “Dios mío, ¿habré hecho algo mal?”. Aún seguía buscando la respuesta cuando el alarido del público y las sirenas que se confundieron en el aire de esa tarde del 25 de marzo de 1957 le confirmaron que la marca mundial era suya.

El camino a la cima comenzó para Nina muy temprano, tanto que no lo recuerda. “Cuando tenía tres años ya nadaba. Para mí aprender a nadar y a caminar fueron simultáneos”, cuenta.

De chica, cuando vivía en San Lorenzo con su abuelo y otros familiares iban todos los días, a las 4.00 de la tarde, a nadar en los arroyos cercanos. Así hasta que la familia se mudó a Asunción cuando Nina tenía 16 años.

En la capital prosiguió sus estudios en el colegio de La Providencia, pero nadar era una necesidad vital para la inquieta joven, y en el Club Deportivo de Puerto Sajonia encontró el escenario ideal para desarrollar su pasión por el deporte.

DESCUBIERTA. “Los entrenamientos eran en la playa; una vez se me acerca un señor, me comenta que me estaba observado, que yo nadaba muy bien y que contaba con mucha fuerza en los brazos. Me propuso unir a nado Villa Hayes con Asunción. Él era Armando Burifaldi, el primero en unir Asunción y Formosa nadando”, relata.

El campeón se convirtió en su entrenador y bajo su conducción, en un mes pudo hacer el raid propuesto en 1952. Después el desafío fue hacer Asunción-Formosa para contrarrestar el éxito de las hermanas María Elena y Victoria Bisso, quienes poseían el título sudamericano tras hacer Arecutacuá-Asunción. Pero eran del Mbiguá y el Sajonia no podía quedar atrás.

En 1954, Nina consiguió la hazaña de batir el récord de su entrenador, Burifaldi, con 36 horas “y minutos”, y demostró que estaba preparada incluso para logros mayores.

CAMBIO. Ya con el argentino Héctor Segades como orientador (“Burifaldi era muy bueno, pero era empírico”), realizaba dos horas de entrenamiento a la mañana y otras dos a la tarde, con ejercicios físicos para fortalecer los brazos; después, 24 horas de nado en la piscina del Parque Caballero y finalmente desde Arecutacuá hasta Asunción. La rutina era pesada, pero necesaria.

Y llegó el día de la prueba máxima. El 22 de marzo de 1957, una Nina cubierta de aceite de ricino, de castor y de lanolina (“menos en la palma de la mano y en la planta de los pies”) y con mercurocromo alrededor de los ojos, se lanzó al río Paraguay, a las 8.00.

Fueron tres días de nado continuo, durante los cuales la heroína no salía del agua ni para alimentarse. “Tomaba soyo, cocido, de todo, que mis acompañantes me acercaban con una piolita desde del bote que iba a mi lado”.

El sol ardiente y las noches gélidas eran obstáculos adicionales que la deportista los superó para alcanzar el objetivo. Y lo logró. El 25 de marzo de 1957, luego de 80 horas y 45 minutos, la nadadora salió del agua e ingresó a la historia. La banda y el público que saludaron su hazaña en el puerto de Asunción confirmaron que María Digna Escurra se había convertido en una celebridad en Paraguay.

Consumada la gesta, Nina se dedicó a la tarea de formar atletas como profesora de Educación Física y se casó con quien era su novio desde hacía siete años, el capitán de Caballería Hilario Ortellado. No sabía que la vida la sometería a una prueba aún más dura que las que había superado como deportista.

DESGRACIA. Acusado de participar en la muerte del cadete Anastasio Benítez, quien supuestamente había descubierto un complot de algunos oficiales para derrocar al dictador Alfredo Stroessner, Ortellado estuvo detenido varios años en condiciones penosas.

La fama y celebridad de la mujer de nada sirvieron, y muchos de quienes se decían sus amigos la abandonaron. Tuvo que criar a dos hijos lejos de su padre, sobre quien pesaba la ignominia alentada desde el entorno de Stroessner.

Esa desgracia destruyó el núcleo familiar, pero no doblegó a la atleta, quien vio cómo la vida la recompensaba con hijos realizados como profesionales y nietos que siguen los pasos de la eterna deportista.

Su récord mundial sigue sin ser batido.