No se puede aún decir que ya estamos en un mundo multipolar, o un nuevo mundo bipolar, pero sí está claro que se trata de una unipolaridad declinante. El hegemón norteamericano se siente amenazado por el ascenso de China y está reaccionando acorde. De hecho, los EEUU vienen reaccionando hace ya varios años. Aunque ha habido bastante continuidad en la política exterior de EEUU hacia China en las pasadas administraciones, desde Obama hasta Biden, pasando por le primera administración de Trump, la interrogante es si esta segunda administración Trump lo está haciendo de la manera más apropiada.
La dimensión más crítica de la actual reacción norteamericana es su unilateralidad.
La narrativa trumpiana de que las reglas del juego están viciadas y que los Estados Unidos no puede confiar en nadie, sino en sus propias fuerzas ha inficionado la política exterior.
Con esa actitud se han quebrado alianzas y acuerdos asentados durante décadas. El eje del Atlántico norte, que sustentaba el asocio con los países europeos, la integración regional norteamericana con México y Canadá, la presencia de los Estados Unidos en los foros e instancias multilaterales, todo ello ha sido puesto en paréntesis. Aunque se veía venir, el modo cómo se ha dado la unilateralidad en los primeros cien días de gobierno ha sido sorprendente, creando un caos en las relaciones internacionales.
En estos días, se han dado señales de una cierta disposición a ponerle freno a la unilateralidad. Al ver la negativa de China de sentarse a negociar los aranceles en los términos y con el estilo que propone Trump, el secretario del tesoro ha querido mandar un mensaje en el FMI, argumentando de que es de interés de todos discutir los términos en los que se maneja el comercio internacional con China. Apelando así a los aliados a los que se han dedicado a denigrar desde un inicio. No se puede saber si este implica un abandono de los excesos de la unilateralidad.
Si hay una región que debe estar atenta a la nueva guerra comercial entre EE UU y China, es América Latina. Hasta ahora, el ejemplo más notorio ha sido el caso del Canal de Panamá. Las imposiciones que ha tenido que navegar el gobierno panameño son un anticipo de lo que puede pasar con otras mega infraestructuras y puertos que se han desarrollado o están en vías de desarrollo en América Latina, con el apoyo o en asocio con China. Esto va a ser de capital importancia para el Brasil, Chile, Perú, la cuenca del Plata y otros puntos.
La defensa de la autonomía y la soberanía estarán sobre la mesa. El derecho a escoger con quien comerciar y cooperar será puesto en entredicho. El problema va a ser que los países de la región no tienen más que a sí mismos. Quizás, alianzas muy puntuales que pueden llegar a forjar de manera bilateral, pero no un regionalismo sustantivo. La cumbre de la Celac en Honduras fue un gesto de carácter retórico del regionalismo más político que podría servir de contrapeso a la unilateralidad. Pero no más que eso. Habrá otra oportunidad en la cumbre Celac – China que se planea tener en mayo. Es difícil avizorar un consenso. Las mismas divisiones ideológicas muy probablemente impedirán cualquier consolidación del regionalismo.