De acuerdo con el artículo 3 de la Constitución Nacional, el pueblo ejerce el poder público por medio del sufragio; y el gobierno es ejercido por los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, en un sistema de independencia, equilibrio, coordinación y recíproco control. Es bien clara la Carta Magna en el sentido de que ninguno de los poderes puede atribuirse, ni otorgar a otro ni a persona alguna, individual o colectiva, facultades extraordinarias o la suma del poder público. Asimismo, ratifica que “La dictadura está fuera de la ley”.
Tras la experiencia de una dictadura de 35 años, la nueva Constitución incluyó algunos que se podrían denominar “seguros”, a fin de que no pudiéramos repetir la terrible experiencia de un gobierno autoritario y con poder absoluto. Es por esta razón que se concedió más poder al Legislativo, en un intento de frenar al Poder Ejecutivo, para establecer un equilibrio.
En las elecciones del 30 de abril pasado, el Partido Colorado supo obtener un contundente resultado, ya que no solamente logró una rotunda victoria para la presidencia de la República, sino que también consiguió tener mayoría propia en la Cámara de Senadores y de Diputados. Este plantea un escenario político bastante favorable para el presidente electo, Santiago Peña, quien en principio tendrá la posibilidad de tener gobernabilidad. El que la oposición quedó absolutamente debilitada en estos comicios es un dato que suma relevancia a la nueva aplanadora colorada.
Si bien es cierto que esta nueva aplastante mayoría en el Congreso Nacional le debe mucho al nuevo sistema de listas desbloqueadas, el que permitió que cada candidato colorado haga su campaña de manera independiente, pese a la división interna de la ANR, los resultados le favorecieron. Este escenario debe ser considerado con mucha atención, ya que Paraguay se enfrenta al peligro de la falta de un contrapeso entre los poderes: a un Poder Ejecutivo colorado se suma una mayoría colorada en el Poder Legislativo. Este podría constituir un potencial problema para la democracia, que precisa de un equilibrio, necesita un contrapeso entre los poderes. Por otra parte, todavía están frescos los recuerdos de una dictadura militar que por 35 años gobernó exclusivamente con el Partido Colorado. Esa es una parte de nuestra historia que no se puede volver a repetir.
La mayoría colorada será al mismo tiempo un gran desafío para el presidente electo, Santiago Peña, pues al mismo tiempo en que estará conciliando las fuerzas internas dentro de su mismo partido, deberá asumir la concentración de poder, que supone siempre una tentación para excluir, y al final puede limitar al propio sistema democrático.
Ciertamente, en el Paraguay, en la historia contemporánea, hemos vivido experiencias nefastas en cuanto a ser testigos de decisiones arbitrarias que pueden tomar las mayorías parlamentarias cuando no actúan con sensatez.
Es por esta razón que el anhelo colectivo en este momento de la coyuntura es que prime la actitud abierta y generosa para con todo el pueblo paraguayo, para que el nuevo Congreso Nacional que asumirá el 1 de julio próximo, consciente del enorme poder que tiene en sus manos, lo utilice con criterio e inteligencia en beneficio del país, creando leyes que tengan como único objetivo mejorar la calidad de vida de la población y nunca anteponer los intereses particulares o de grupos de poder, por encima del interés de la mayoría.
Esperamos que la cómoda mayoría que tiene en el Poder Legislativo ayude al presidente electo a hacer realidad el anhelo de millones de paraguayos y paraguayas de alcanzar un nivel de desarrollo y acceder a una vida digna y con bienestar.