29 nov. 2024

¿Valdrá la pena creer en Paraguay?

Nuestra tierra colorada nos ha enamorado para siempre. Pero es un amor sufrido, lo sabemos.

Por Narumi Akita, socia de ADEC, Asociación de Empresarios Cristianos.

“Ni bien tenga la oportunidad me voy del país”, leí reiteradamente este año en redes sociales. Bueno, por motivos laborales hoy me toca estar a miles de kilómetros de nuestra tierra guaraní, viviendo en una gran capital y en el centro político más influyente del mundo. Aquí debería estar maravillada, sin ganas de mirar atrás. Aún así, Paraguay no sale de mi mente.

Nuestra tierra colorada nos ha enamorado para siempre. Pero es un amor sufrido, lo sabemos. Tan solo en el 2021 ya atravesamos varios acontecimientos económicos, climáticos, sociales y políticos que nos llevaron a pensar: “Paraguay nunca va a cambiar”. Pero de alguna manera esa débil llama de la esperanza logra sobrevivir embate tras embate.

En una parte de nuestra mente tenemos la visión de un Paraguay justo, próspero, moderno, unido y transformado. Al igual que el ingenioso Don Quijote de la Mancha (protagonista de la novela de Miguel de Cervantes) hemos sido cautivados por Dulcinea. A los ojos del hidalgo, ella es la doncella más hermosa de toda la tierra. Virtuosa e inigualable. Por ella cabalga y desata sus más grandes hazañas. Por ella sigue adelante, aunque “ladren” a los costados. Pero, esa es una Dulcinea imaginaria. La verdadera dama está lejos de ser alguien ideal.

Cuando el encanto acaba y vemos realmente quién está frente a nuestros ojos el sueño se hace trizas. ¿Valdrá la pena enfrentar gigantes por Dulcinea?

Todo esto me lleva a reflexionar también en Semana Santa, un tiempo muy importante de reflexión para los cristianos, y en una carta que Pablo escribió a los romanos, que dice lo siguiente:

“Cuando éramos totalmente incapaces de salvarnos, Cristo vino en el momento preciso y murió por nosotros, pecadores. Ahora bien, casi nadie se ofrecería a morir por una persona honrada, aunque tal vez alguien podría estar dispuesto a dar su vida por una persona extraordinariamente buena; pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Romanos 5:6-8, NTV).

Jesús no esperó a que la humanidad estuviese en su mejor momento para morir por ella. Lo hizo incluso traicionado, injustamente condenado, golpeado, escupido y humillado. Él fue a la cruz para redimir a pecadores, no a santos. Fue gracias a ese sacrificio que abrió el umbral para la transformación. Nos vio tal cual éramos, pero a la vez como todo lo que podíamos ser.

Tenemos suficiente justificación para estar desilusionados y hartos, para tomar el pasaporte, las valijas y cruzar fronteras. Aún así, no soltemos la fe en la patria, esa que vive en nuestra mente como “la más bella de la tierra”. Sigamos viéndola como todo lo que puede ser, aún cuando la realidad duela y la lucha sea tremenda. Esforcémonos para que sea plena, aunque nos tilden de locos como a Don Quijote por su amor a Dulcinea.

Más contenido de esta sección
A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.