“Lo más importante que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer”, afirmó el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Tenía cinco años y aquel “poder” le abrió al mundo, le permitió salir de Cochabamba, la localidad boliviana donde vivía, y “viajar en el tiempo”. “Aquello me enriqueció y sobre todo, me hacía gozar. La lectura ha sido el gran placer de mi vida; de hecho no hubiera resistido el confinamiento sin ese placer de la lectura”.
El escritor recogió el Premio Eñe, uno de los galardones “más humildes”, según Juan Miguel Hernández León, presidente del Círculo de Bellas Artes, y el presidente de PhotoEspaña y director de la editorial La Fábrica, Alberto Anaut, alma mater del Festival Eñe que lo concede.
Vargas Llosa reconoció allí que es un escritor “muy inseguro”, y que cuando empieza una novela está “generalmente muy perdido en las ideas que tengo al respecto; la verdad –aseguró– que nunca empiezo hasta que no tengo muchas fichas, esquemas de lo que quiero, que es lo único que me da seguridad”.