Lamentable desde todo punto de vista. Cualquier calificativo despectivo se puede ajustar a lo que se vivió ayer en Buenos Aires, donde la revancha entre River y Boca se convirtió en una oda a la vergüenza.
Todo se inició en las adyacencias del estadio Monumental, donde hinchas de River aprovecharon la cercanía del paso del bus de Boca Juniors para destrozar las ventanas y herir a algunos jugadores del Xeneize.
A partir de eso, el estadio se nubló de incertidumbre en cuanto a si se jugaba o no la final. Minuto a minuto se actualizaban informaciones y ya se rumoreaba de una posible suspensión del juego.
triste postura. La Conmebol, en otra deleznable actuación, buscó a toda costa que el partido se juegue. Los pasillos del Monumental se convirtieron en una pasarela, donde el presidente, Alejandro Domínguez, los titulares de River, Rodolfo D’Onofrio, de Boca, Daniel Angelici, y hasta el propio presidente de la FIFA, Gianni Infantino, negociaban en un tire y afloje para determinar qué hacer con el partido.

Los comunicados en las redes sociales, primero con la postergación hasta las 18.00 y luego la confirmación a las 19.00, evidenciaron el total desorden y la falta de sensibilidad para con los jugadores de Boca.
Entre la rabia de los hinchas, que aguardaron por horas el partido, y los hechos de violencia a las afueras del estadio, se decidió que el juego pase para hoy, a las 17.00.
De todas formas, el desastre y la vergüenza ya se consumaron en la Final del Mundo.