El sofocante mediodía reviste las pieles de sudor. La santa misa de la novena se celebró a la intemperie, donde reinan el silencio, la entrega y la fragilidad, y se siente, despacio, el profundo malestar de la vida. Adelante, los fieles con la cabeza gacha, escuchando las palabras del padre. Atrás, la imponente basílica de blanco y azul, como los colores de la Virgen. Una niña vestida de la Milagrosa pasa corriendo, se llama Marina. Le estira de la pollera a su mamá: “Quiero un helado”. “Ahora no, ya va a comenzar la misa, mi hija”, le responde con malhumor.
La niña se enoja y comienza a dar vueltas con la capa. Mira hacia arriba. De pronto, bombas, voces entonando Virgen de Caacupé, un monaguillo deja volar un rosario hecho de globos, la gente aplaude, algunos lloran. Es el momento en que se agradece a la mamá guasu todas las bendiciones obtenidas durante el año y se reza por el éxito de la festividad.
Todavía no es 8 de diciembre, pero la capital espiritual del Paraguay ya está festejando. La peregrinación se realiza todos los años en la fecha de la Inmaculada Concepción de María. Miles de paraguayos y paraguayas acuden a la ciudad de Caacupé para rendir homenaje a la Virgen.
Pero volvamos unas horas. Son las 8.00, y el padre Arnaldo Giménez moja una rosa falsa con agua bendita. Se la salpica a una familia de cinco integrantes. Mamá, papá y tres niños. ¿Cuáles son los amuletos que más se bendicen, padre? “Las velas, los rosarios y las imágenes”. ¿Recibió algún objeto extraño para bendecir este año? “Sansón, San La Muerte y amuletos, pero estos no se pueden bendecir porque no son reconocidos por la Iglesia”.
En la basílica hay una santería donde trabaja Raquel Giménez desde hace ocho años. Nos cuenta que, desde que restauraron la pintura que acompaña la historia de la Virgen, recibieron más visitas de distintos puntos del país. Las estatuillas se fabrican por partes y vienen de Ciudad del Este, España y Asunción. “El cuerpo se hace en Tobatí, la ropa en Caacupé, la corona en Luque y la pintura en Asunción. El ensamble de todas las partes lo hacen las hermanas del Cristo Rey”, detalla Raquel.
Las trabajadoras se pierden detrás del mostrador entre santos de yeso y Niños Jesús. Desarman las estatuillas que vienen de Europa, y sacan a la Virgen de uno de los paquetes. Aparece un rostro blanco y un par de ojos azules. No todas son iguales, pero la mayoría presenta rasgos europeos y lejanos, aunque, según la hermana Margarita Ovelar, la imagen está inspirada en la mujer paraguaya. Los precios de las estatuas oscilan entre los G. 120.000 y G. 2.240.000.
El secreto de la Virgen
La hermana Margarita y la hermana Anacleta hace 10 años que vienen preparando a la Virgen de Caacupé. Mientras la visten, peinan y arreglan, rezan y comparten en comunidad. “En esta congregación hace 75 años que estamos dedicados a esta sagrada misión del decorado del vestuario. El padre Ayala Solís, con nuestra amable fundadora, había hecho un plan para que nosotros pudiéramos ayudar al santuario con el decorado. Uno realmente siente la emoción que transmite la Virgen”, relata la hermana Margarita.
La estatua de Caacupé tiene cerca de 85 centímetros y su vestimenta está compuesta por un miriñaque debajo de la capa, un vestido y un manto bordado con hilos de oro. El pelo es natural y para ser donado debe medir aproximadamente 50 centímetros. Se lo cambia cada seis meses. “Los profesionales muchas veces intentaron pasarle la buclera. El secreto es que se le pone ruleros y pinzas”, explica.
La diáspora paraguaya llevó el culto a la Virgen de los Milagros de Caacupé a varios países, principalmente a la Argentina, donde reside la mayor comunidad paraguaya en el extranjero. La popularidad de la Virgen de Caacupé en Paraguay es la más importante dentro del devocionario católico nacional. Por eso, la imagen de la Virgen María está consagrada como la patrona y protectora de Paraguay.
En octubre la llevaron a Barracas, Argentina, porque los vecinos no tenían una imagen propia para la procesión. “Parte de nuestra patria está en Argentina también. Les acercamos la Virgen a los que no pueden venir para la fecha. Pero la emoción tan grande a mí me sorprende: hay tantos peregrinos que vienen con las ganas de tocar al menos las flores que están a sus pies”, expresa.
¿Por qué cree que transmite tanta empatía la imagen de la Virgen de Caacupé? Con los ojos llorosos, responde: “El milagro. ¿Qué paraguaya va a decir que la Virgen no escuchó su ruego? Si se fijan bien, tiene una actitud de escucha. Tiene las manos juntas y está medio agachada, eso nos dice todo. Vale más que mil palabras contemplarla y palparla. Es una sensación inexplicable. No puedo decir otra cosa. La Virgen te da la gracia en la nada”.
Las promesas que pagamos
Los muebles, los candelabros y el servicio de plata descansaban en el altar cuando José de la Cruz Pereyra Acosta salía de la basílica. Tiene 89 años y viajó desde el pueblo de Emboscada para pagar sus promesas. Con un bastón de un lado y el brazo de su esposa del otro, agradece que todavía no perdió la vista. “A la mamá se le pide siempre las cosas, ¿verdad? Bueno, mi mamá hace rato que se murió, pero gracias a Dios yo puedo rezar para que su alma esté en paz. Si uno se considera hijo de Dios, está obligado a visitar a su mamá guasu”, susurra José y repite varias veces la expresión “yo no soy nada”.
“Siempre les enseñé a mis hijos que la casa en la que vivimos es pasajera”, dice Enriqueta Cristaldo de González, quien estuvo temprano a la mañana para pedirle al pa’i que le bendijera sus cuatro rosarios. “La casa definitiva es el cementerio y en eso me encomiendo a Dios”, reflexiona. Viste una camisa de tafetán gris y su cabello blanco está amarrado en una colita. Aquello que le pareció alguna vez tan fácil de explicar, ahora requiere de muchos esfuerzos.
Enriqueta vino de Capiatá para agradecer que su nieto salió bien de una operación del corazón. “Estoy pidiendo por todos los inocentes, que la Virgen nos dé la gracia de la misericordia. Primero, rezo por los niños, y después por el prójimo, por mis hijos y por mí. Y doy gracias a Dios que no nos falta comida”, indica.
Sus oraciones se suceden una detrás de otra sin pausa, como si ya estuviera escribiendo el camino para alejarse de este mundo. Recuerda un poco a la Úrsula del último capítulo de Cien años de soledad. “El día en que me llame San La Muerte, le voy a decir: ‘Señor San La Muerte, con quien Dios se comprometió, que de mí nadie se acuerde cansada, porque mi corazón está alegre”, señala la mujer de 88 años.
Volvemos a la explanada, de nuevo son las 12.00, y el padre está terminando la homilía. José González está masajeando a una joven y quiere ser entrevistado. Tiene una camisa, un pantalón y un sombrero blancos. Lleva un cartel colgado del cuello que dice: “Kinesiólogo, fisioterapeuta, acupuntura para el cansancio, golpe y esguince”. Es argentino, de familia paraguaya y vino de Corrientes para dar las gracias por su educación.
“En mi tierra conocí a un chino que hacía acupuntura y pedí a la Virgen recibirme. Entonces, como me cumplió el deseo, en agradecimiento vine a hacer este trabajo para los hermanos paraguayos. Yo le pido a la Virgencita de los Milagros que los gobernantes de los países dejen de vulnerarnos y hagan el bien. Y que no haya más corrupción”, transmite.
Las plegarias recorren las calles de la ciudad, viajan hacia el interior de la iglesia y suben las 140 escaleras a través de las pinturas en los murales hasta la cúpula. Este año se espera a cuatro millones de personas que harán llegar su amor y agradecimiento a los oídos de la Virgen de Caacupé.