19 dic. 2024

Vivimos a puro parche

La especialidad de tan solo emparchar de manera temporal el flagelo de las necesidades insatisfechas de la gente es propia de gobiernos improvisados, sin planificación estratégica ni políticas públicas de mediano y largo plazo. Se reacciona desde las altas esferas tan solo cuando la tragedia se produjo, cuando el daño se concretó y el bombardeo de reclamos ya es insostenible.

Así ocurre ya casi semanalmente, con tendencia a acelerarse a una rutina diaria en el país, puesto que el biorritmo de la administración marcha a destiempo frente a los cada vez más complejos desafíos del devenir nacional.

Se patentiza lo anterior en los reclamos de diversos sectores, en las reivindicaciones y exigencias de entornos afectados por los desajustes en el engranaje de oportunidades, acceso a insumos y materia prima, fuentes de energía, sistema tributario y afectaciones varias, sin cuya reacción de parte de la ciudadanía el Ejecutivo seguiría errante.

La escalada en el precio del crudo motivó una medida de fuerza de camioneros a mediados de marzo: Lograron su cometido tras angustiosas jornadas de bloqueo de rutas hasta generar un sistema momentáneo de reducción en el precio del combustible, pero perjudicando enormemente el tránsito de personas y el suministro de bienes y servicios.

Se suman las reguladas constantes (hasta ahora se las siente) que ejerce el transporte de pasajeros, mediante empresas que esgrimen condiciones cercanas a la quiebra si no reciben el subsidio del Estado, para no elevar el precio del pasaje urbano a ser pagado por el usuario. El apriete tiene su efecto casi inmediato y sistemático en la búsqueda frenética plasmada por el Ejecutivo para conseguir de donde sea los recursos y seguir alimentando la maquiavélica amenaza, sin que por ello se mejore el servicio.

Gremios empresariales también exigen medidas paliativas ante lo que definen como dificultades para cumplir con sus deudas, debido a factores climáticos o de precios internacionales, y rápidamente son escuchados y atendidos; mientras que el ámbito de los pequeños productores o de la tradicional marcha campesina solo reciben promesas constantes, logrando amainarse el reclamo hasta una nueva crisis.

Estos focos de incendio seguirán acrecentándose en la medida en que los dirigentes y líderes continúen ciegos frente a la planificación de mejores escenarios, la construcción del marco adecuado para el desarrollo y la creación de oportunidades para sectores más amplios de la población, que buscan su espacio y anhelan mejorar su condición de vida.

Cuando el Estado vuelca su batería en meros parches ante la avalancha de quejas y patea hacia adelante la corrección de los dramas estructurales, se obtiene lo que a Paraguay (y a cualquier país en vías de desarrollo) le viene acompañando dramáticamente: Una realidad donde el sistema educativo está perimido y hay en general incapacidad para asumir roles de liderazgo u orientación que arrojen luz de raciocinio con el fin de mejorar el estado de cosas.

Cada año se transitan los primeros meses del calendario escolar y quedan aún cientas de aulas sin estar listas para albergar el aprendizaje, sin recursos para sostener la enseñanza y con gremios docentes en constante amenaza de paro al no recibir el reajuste prometido.

Ni qué decir de la cobertura del sistema de salud, que incluso sin pandemia viene demostrando su obsolescencia, y hace aguas a la hora de exponerse públicamente el rosario de lamentos que padecen pacientes y familiares en los hospitales del Estado.

Cuando asistimos a los debates públicos o referencias brindadas por los candidatos a las próximas elecciones, se desdibuja el foco en lo primordial para transformar la realidad, y solo quedan patentizadas las rencillas de barrio, los dimes y diretes que rodean a los tiroteos mutuos, sin aporte de valía ni planteamientos potables que beneficien a la mayoría.

Así, el círculo de la pobreza (no solo económica) sigue retroalimentando la espiral de reacciones tardías y las improvisaciones, que impiden subir peldaños hacia un mejor devenir.

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A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.