21 nov. 2024

Volver a pasar por el corazón…

El día en que él me preguntó quién fue la persona que me inspiró el amor por la lectura, creo que fue muy fácil responder: Papá. Y fue mamá la que me compró un libro de cuentos cuando solo tenía 7 años.

La pregunta disparadora me permitió ejercitar lo que Eduardo Galeano escribió: “Recordar: Del latín recordis, volver a pasar por el corazón”, concepto poético recopilado en el Libro de los Abrazos.

Crecí viendo a papá sentado en el sofá de color marrón con rayas negras, marrones y blancas. Mi curiosidad y especialmente al ser hija única –en ese entonces–, creo que de manera espontánea acompañaba a papá en esas tardes de lectura. Y trataba de emular lo que él hacía: Leer.

Mi infancia transcurrió entre las historietas como Nippur de Lagash, Dago, Pepe Sánchez, Krysé y otras de la época narradas en los libros como El Tony, D´artagnan, Fantasía, entre otros. Eran imágenes e historias conjugadas de manera majestuosa para atrapar mi curiosidad.

Crecí pujando con papá quién iba a leer primero las historietas que traía de la Librería La Gloria –sitio que sigue abierto aún en el microcentro de Asunción–.

Tras leer toda la tanda de casi 10 historietas, las cambiaba y volvía con nuevas colecciones bajo el brazo, que las escondía de mi alcance y las iba liberando poco a poco después de leer y seleccionar cuáles eran las adecuadas para mí. A la lectura de las historietas, se sumaron las revistas sobre ciencia como Muy interesante y, por supuesto, la Revista Selecciones.

Luego, llegó a mis manos María, de Jorge Isaac, hasta hace poco lo tenía, no recuerdo si papá lo compró o no, pero de mudanza en mudanza lo habré perdido. En un país en la que acceder a un libro es y era muy costoso, la alternativa ya en aquel entonces eran los libros usados.

A María le siguieron otros clásicos a los cuales accedí gracias a la solidaridad de unos vecinos que tenían y aún –creo que tienen– una magnífica colección de libros, que pasaron uno a uno por mis manos. Los clásicos los devoré de punta a punta.

Volviendo al recuerdo, nunca olvidaré el primer libro que me regalaron. Era de tapa dura, de color verde y que tenía el título: 365 cuentos para soñar. Lo tengo hasta hoy como una reliquia que la guardo con mucho cariño. Me lo regaló mi mamá, fruto del esfuerzo de su trabajo doméstico.

La recuerdo a ella, leyendo pausadamente con su voz aguda cada cuento. La recuerdo, especialmente en otoño e invierno, que pese a esa larga jornada de trabajo diario doméstico me dedicaba un breve tiempo de lectura. Yo sé que nunca le dije gracias, pero quiero que ella sepa que caló muy hondo también en mi afición por la lectura.

Ella y papá aportaron esa semilla de amor por los libros, tal vez de manera intencional, pero puedo decir que marcó mi amor por la literatura y, finalmente, desembocó en la elección de mi carrera. Aunque papá quería que sea docente, me convertí en periodista por vocación y ahora en docente por elección.

Y, usted, amable lector o lectora, ¿cuál fue el primer libro que leyó?

O ¿quién marco su amor por la lectura? Los invito a hacer este ejercicio de “volver a pasar por el corazón” en el mes que se conmemora el Día Internacional del Libro.

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