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Tal como Chris Kyle, cuyas hazañas relata Francotirador, Clint Eastwood ase con firmeza, inteligencia, buena intuición y profundidad de tiro el arma cinematográfica en sus manos. Y encontró en Bradley Cooper un vehículo sorprendentemente perfecto.
Pero no es solo la transformación física... Cooper logra meternos también en la piel de su personaje. Una respiración entrecortada, la mirada fija en un blanco y el dedo en el gatillo lo convierten en un Dios que decide sobre la vida de todos pero, que si se equivoca, debe asumir la responsabilidad. Nada fácil su tarea y esa tensión traspasa la pantalla.
Un buen guion –basado incluso en las memorias del mismo Kyle– ayuda a la visión de Clint Eastwood por contar sólidamente una historia sencilla. El inicio, dado en el pico del suspenso, genera la expectativa adecuada para querer entender a este inusual “héroe” (a lo Hurt Locker), al que acompañamos linealmente en sus cuatro incursiones en Iraq.
“Crees que la guerra no te está cambiando, pero estás equivocado”, le dice su esposa en un momento de crisis (excelente, Sienna Miller). Y sí, el letal francotirador condecorado, admirado por sus camaradas al punto de llamarlo “La Leyenda”, es un ser fuerte pero vulnerable: un ser humano que se cree el cuento de “Dios, patria y familia”, sin darse cuenta de cómo la guerra lo está carcomiendo internamente.
Es así que, si bien Eastwood no se adentra en cuestiones políticas detrás de una particular guerra, sí reflexiona sobre el daño colateral de toda confrontación bélica. Y el destino se encargó de dar un cierre triste, pero altamente irónico a esta historia, una que en estos días se seguía escribiendo en los tribunales de los Estados Unidos. Francotirador apunta y acierta en el corazón del espectador y Eastwood mismo se va convirtiendo en una leyenda… viviente, por suerte.