26 sept. 2024

Yahidne, el pueblo ucraniano que vivió 28 días bajo el infierno ruso

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Horror. La escuela donde fueron encerrados cientos de personas. “Cuidado, hay niños”, reza en letras rojas en la pared.

C. PERALTA

Enclavado en un bosque, Yahidne, un pequeño pueblo distante a unos 18 km de distancia de la región de Chernihiv y a unos 150 km de la capital, Kiev, fue el escenario de uno de los capítulos más atroces de esta contienda entre Ucrania y Rusia, que ya lleva más de 935 días y se encuentra en su punto más álgido.

Este pequeño poblado distante también a unos 60 km de Bielorrusia, que cuenta con tan solo 390 habitantes, cinco calles, un centro social, una escuela y una guardería y que se dedicaba a la plantación de frutilla, se suponía que debía ser solo una parada en el camino a la capital por parte de los soldados rusos al comienzo de la invasión a gran escala en febrero del 2022.

Sin embargo, los testimonios que allí escuchamos sonaban como las historias contadas durante el holocausto y hoy en día este lugar se convirtió en una suerte de museo que narra este episodio.

ÚH estuvo en el lugar y pudo captar el sufrimiento, la angustia y la vergüenza de algunos pobladores que recuerdan aquellos días como si fuese ayer.

La invasión. En la madrugada del 3 de marzo del 2022, tan solo unos días después de la invasión rusa a diversas regiones de Ucrania, cuando las luces se apagaron y los sonidos de tanques y blindados se acercaban, los pobladores jamás se imaginaron lo que les deparaba el destino que se inscribiría en una de las historias más duras de la guerra.

El Ejército ruso tomó el pueblo y obligó a todos los pobladores a encerrarlos en un sótano de la escuela. Comenzaron a ir casa por casa a punta de fusil. El que se negaba, era ejecutado sin mayores trámites. En ese sótano de la escuela, los rusos habían montado un cuartel general.

Su forma es sencilla, y en la parte posterior una puerta de madera de color verde reza la inscripción: “cuidado, aquí hay niños”. Esta pintura, no fue escrita por los invasores, sino por los propios habitantes, que buscaban alertar a los soldados para que tengan un poco de compasión.

Allí se esconden secretos, y un sufrimiento inimaginable. Al bajar las escaleras, un pequeño pasillo conecta con habitaciones y no se puede ver la luz del sol. En uno de los cuartos, fueron llevados todas las personas capturadas en el pueblo, incluido niños, adultos, ancianos y una bebé de un año y medio, que milagrosamente sobrevivió ingiriendo agua caliente ya que su madre ya no pudo seguir amamantándola y solo pudo darle eso como alimento porque, cuando les pidió leche, los militares rusos se la negaron.

Había gente de todas las edades, quienes fueron obligados a vivir en condiciones aberrantes.

“Estábamos todos hacinados aquí, y de tanta respiración se nos caía la humedad, y nos sacábamos la ropa, pero no teníamos donde ponerlas, la falta de oxígeno nos volvía locos, y algunos morían”, relata Iván Polhui, quien hoy tras sufrir en carne propia el hecho, es una especie de guía y oficiaba de guardia en dicha escuela.

“Toda la economía esta destruida, no podemos ir al bosque ni al campo porque todavía está todo minado”, nos cuenta Iván a un grupo de periodistas latinoamericanos, entre ellos ÚH.

Siete personas murieron ejecutadas por arbitrariedades y pura maldad. En el sótano del horror, murieron otras once.

“Hay niños que no pueden acercarse siquiera a este colegio porque les da pánico”, asegura.

El hedor se siente al bajar las escaleras y escabullirse en otras salas. En una de ellas, las paredes están pintadas con los nombres de quienes perecieron. 28 días después llegó el ejército ucraniano. Pero las heridas y las secuelas quedaron y los recuerdos parecen ser imborrables.

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