21 oct. 2024

Ycuá, el lugar de la memoria

Hace 20 años, un día como hoy, nuestro país vivía una de las tragedias más grandes en tiempos de paz: el incendio del supermercado Ycuá Bolaños en el barrio Trinidad de Asunción, que segó la vida de más de 400 personas, entre niños, jóvenes y adultos. Una desgracia sin precedentes, un dolor sin límites para cientos de familias, para todo el país.

Debido a la magnitud del hecho, el Gobierno decretó 30 días de emergencia nacional y la ayuda a las víctimas. Profesionales de todas las áreas se pusieron a disposición para acompañar a los heridos, física y emocionalmente.

Organizaciones civiles, ciudadanos de diferentes sectores, gremios, iglesias, entidades gubernamentales y los poderes del Estado centraron su mirada hacia el desastre, dieron su aporte, indagaron las secuelas y formas de paliar las necesidades de los damnificados.

Una explosión de empatía y solidaridad que unió en medio del mal, la incertidumbre y la angustia de tanta gente se convirtió en una luz en la oscuridad.

Ante una tragedia de esta magnitud es difícil hablar de esperanza, pero es necesario no perderla de vista para continuar. Es políticamente incorrecto mencionar la palabra perdón, pero es un valor que no puede ser despreciado, más aún en una sociedad como la nuestra, cargada de violencia y heridas sin curar. Ante un hecho así, urge encontrar esa mano que pueda rescatarnos en medio de la confusión y el desánimo. Y así el “otro”, el semejante, se convierte en un bien para continuar.

Y está claro que ante un hecho así, la sociedad y el Estado están llamados a tomar con seriedad el reclamo de justicia que se plantea, reconocer los errores y buscar enmendarlos.

La ejecución de políticas de seguridad y resguardo en todos los niveles deben priorizarse. Nunca más debe ocurrir un hecho similar en nuestro país. La tragedia dejó en evidencia las irregularidades y la falta de control, la informalidad y corrupción de funcionarios e instituciones.

Este luctuoso suceso debe llevarnos a ser autocríticos respecto al valor y la jerarquía que damos a la vida en nuestros proyectos y prácticas cotidianas, en medio del afán por los bienes materiales. ¿Cuánto sacrificamos cada día, cuánto ponemos en riesgo en nuestras vidas por más dinero, prestigio o poder?

La tragedia del Ycuá obliga a que todo proyecto comercial, empresarial o familiar tenga como centro el respeto a la persona, la acogida y protección de la vida; debe hacernos entender que nada, ningún plan o iniciativa, por más importante o urgente que parezca, justifica poner en riesgo en lo más mínimo la vida de cualquier ser humano.

Por eso, el Ycuá es el lugar de la memoria. Memoria de una sociedad que requiere respetar las leyes y superar la informalidad y las coimas; memoria de esperanza, de una sociedad capaz de solidaridad y empatía; memoria de que nada es más preciado que la vida humana, ni las ganancias más exorbitantes o la cuenta bancaria más notable.

Es también lugar donde es posible recordar de la necesidad permanente que tenemos de justicia y reconciliación y en todos los niveles.

Un sitio que nos recuerda que siempre es necesario mirar de frente nuestras heridas y huecos existenciales para aspirar sanación y una respuesta razonable, y, por tanto, humana y digna.

Conociendo los cientos de testimonios de superación y fortaleza de las víctimas y familiares queda claro que el Ycuá se ha transformado también en ese lugar que nos trae a la memoria lo posible, la esperanza y la fortaleza, aún en los tránsitos más oscuros de la existencia; lugar de la memoria que es posible caminar y levantar la mirada, siempre que haya fe en Dios y la compañía perseverante de rostros solidarios y cargados de amor y dignidad, capaces de acompañar en el dolor y la desesperación, sea en silencio, con un gesto sencillo o desde el anonimato.

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