Jesús anunció el Reino de Dios desde los inicios con la colaboración de los hombres. Lucas, el evangelista de los gentiles, nos cuenta que después de enviar a los doce, como representantes de las tribus de Israel, “designó el Señor a otros setenta y dos y los envió (…) adonde él había de ir”. Detrás del número 72 subyace quizá la alusión a “los linajes de los hijos de Noé” a partir de los cuales, como cuenta el libro del Génesis, “se extendieron los pueblos por la tierra después del diluvio” (Gn 10,32). Este envío misionero “a toda ciudad y lugar” significaría la universalidad de los destinatarios de la buena nueva y también la de quienes deben anunciarla.
No sabemos quiénes eran estos 72 discípulos. De hecho, serían muchos los que tendrían amistad y confianza con Jesús, los que trabajaron y dieron la vida por su Maestro, aunque sus nombres no hayan quedado consignados en los evangelios. Esta actitud discreta y eficaz, con “la sencillez, el no llamar la atención, el no exhibir, el no ocultar”[1], enamoraba a san Josemaría, que la señalaba con frecuencia como característica propia de los fieles cristianos corrientes, que se saben enviados en medio del mundo para transformarlo, con la fe y el testimonio de su vida.
Para la eficacia de la misión, Jesús prepara a sus discípulos con instrucciones precisas, que son válidas para cualquier época. Primero exhorta a rogar por el número de los obreros que han de trabajar en la mies, porque es Él quien elige y envía. Toca a los discípulos dar prioridad a la oración en su misión y rogar al dueño de las almas que llame y envíe a más gente.

Por otro lado, Jesús no tiene una visión negativa del mundo, porque no lo ve como un erial, sino como una mies preparada para la siega. “Podían los discípulos vacilar, meditar entre sí y decir: ¿Cómo será posible que nosotros, tan pocos en número, podamos convertir a todo el mundo; los sencillos a los sofistas, los desnudos a los vestidos, los súbditos a los que dominan? —comentaba san Juan Crisóstomo—. “Y para que no se turbasen con la reflexión de todo esto, llama al Evangelio mies, como diciendo: Todo está preparado”[2].
Además, Jesús envía a los discípulos “de dos en dos”, “para que se ayuden mutuamente y den testimonio de amor fraterno, —señalaba Benedicto XVI—. Y “les advierte de que serán “como corderos en medio de lobos”, es decir, deberán ser pacíficos a pesar de todo y llevar en todas las situaciones un mensaje de paz”[3].
Entre las instrucciones de Jesús destaca la confianza en la Providencia y el desprendimiento de los bienes: “No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias”. Porque, como explica el papa Francisco, el desapego de los bienes es la condición para ser discípulo.
A su regreso, los discípulos expresan su alegría y entusiasmo por la eficacia de la tarea, “¡Hasta los demonios se nos someten en tu nombre!”, exclaman. Los frutos de su labor no se basaron tanto en el talento personal como en el nombre de Jesús y en la docilidad a las indicaciones del Maestro. Por su parte, Jesús eleva el sentido sobrenatural de la alegría de sus discípulos, que no radica en sentirse influyentes en este mundo sino más bien en el otro, donde el nombre de quienes aman a Dios queda inscrito “no con tinta, —dice un Padre de la Iglesia— sino en la memoria y en la gracia de Dios”[4].
Este envío fue el inicio de la difusión del buen olor de Cristo que tantos cristianos y cristianas harían por el mundo. Jesús los envía recordándoles, sin embargo, que la oración es el modo de llevar adelante nuestra tarea, ya que es Dios quien llama personalmente a los operarios, es Dios el que nos dice cómo y cuándo sembrar la semilla, es Dios el que nos enciende en deseos de que muchas personas conozcan la gracia y alegría de la fe.
San Josemaría, al considerar la tarea común de difundir el evangelio, nos invitaba a meditar: “Veíamos, mientras hablábamos, las tierras de aquel continente. —Se te encendieron en lumbres los ojos, se llenó de impaciencia tu alma y, con el pensamiento en aquellas gentes, me dijiste: ¿será posible que, al otro lado de estos mares, la gracia de Cristo se haga ineficaz? Luego, tú mismo te diste la respuesta: Él, en su bondad infinita, quiere servirse de instrumentos dóciles (Surco, n. 181).
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-es/gospel/2022-07-03/ y https://opusdei.org/es/gospel/18-de-octubre-san-lucas-evangelista/).