Con una voz dulce y sin rehuir ninguna pregunta, la actriz dio una entrevista al periodista Richard Meryman que se desarrolló en varios días y que tenía una duración de más de 40 horas que se resumieron para este documental, dirigido por Nanette Burstein, que además utiliza muchos videos y fotografías de la vida privada de la protagonista de Giant.
A lo largo de la charla, Taylor desgrana su vida desde su llegada a California desde su Inglaterra natal y su descubrimiento del mundo del cine hasta ese 1964 en el que tenía 32 años, ya había ganado un Óscar y estaba recién casada con Richard Burton, su quinto marido.
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Unas cintas de audio que permanecieron perdidas durante décadas y un material que Meryman pretendía utilizar para escribir un libro sobre la actriz, que nunca llegó a hacer.
Elizabeth Taylor, The Lost Tapes, que cuenta con J.J. Abrams entre los productores, traza un retrato de Taylor muy alejado de la imagen pública que proyectaba como estrella mundial y por una vida personal jalonada de maridos.
“Tal vez por mi vida personal sugiero una imagen ilícita, pero no soy ilícita, tampoco inmoral. He cometido errores y he pagado por ellos, aunque nunca es suficiente. Sé que nunca seré capaz de saldar esa deuda”, comienza la actriz.
Entonces atravesaba un momento de felicidad junto a Burton, al que había conocido durante el segundo rodaje de Cleopatra (1963), que se había interrumpido dos años antes debido a que ella enfermó de neumonía y hasta tuvieron que hacerle una traqueotomía para salvarle la vida y que pudiera respirar.
Precisamente, Taylor estaba convencida de que su primer Óscar se lo dieron por la pena que produjeron en Hollywood sus problemas de salud y la cicatriz que desde entonces adornó su cuello. Porque, en sus propias palabras, Butterfield 8, era una cinta “horrible”. “Debieron sentir pena por mí porque creo que la película es vergonzosa”.
No se mostraba nada condescendiente consigo misma la actriz, como relata desde sus inicios en películas como Lassie Come Home (1943), en la que conoció a uno de sus grandes amigos, Roddy McDowall, cuando ambos eran adolescentes.
Taylor y sus maridos
McDowall y James Dean fueron los amigos que le ayudaron a superar sus fracasos matrimoniales y a partir de Giant (1956), Rock Hudson se convirtió en otro de sus grandes apoyos.
Con ellos olvidaba sus temores porque no la tomaran en serio como actriz —señala especialmente los problemas que tuvo con George Stevens durante el rodaje de Giant— y su inestabilidad personal, que se solucionó con su tercer marido, Mike Todd, aunque la felicidad le duró apenas un par de años, ya que el productor falleció en un accidente aéreo.
Superó su muerte con Eddie Fisher, que era el marido de una de sus mejores amigas, Debbie Reynolds —"nunca le quise”, reconoce la actriz—, aunque la verdadera pasión la encontró con Burton, con el que se casó dos veces, una relación vivida de cerca por el gran público.
Y más allá de sus maridos, la actriz habla de sus sentimientos, de sus frustraciones, de su relación con sus hijos o de lo poco valorada que se sentía en Hollywood. Criticaban sus elecciones, como cuando todos le aconsejaron no participar en De repente, el último verano (1960) por tratar sobre la homosexualidad. “Si hubiera sido más ambiciosa con mi carrera, hubiera hecho Ben-Hur”, asegura.
Pese a todo, consiguió un segundo Óscar por Who’s Afraid of Virginia Woolf? (1966).
También cuenta curiosidades como que sus ojos nunca fueron violetas —"fue una licencia poética de un periodista"—, sino azul oscuros, y que le gustaba el sexo aunque no se consideraba un símbolo sexual.
El documental se completa con unas imágenes de los últimos años de vida de la actriz y de cómo se volcó a recaudar dinero para investigar el sida tras la muerte de su amigo Hudson.
Fuente: EFE.