Era una escena cargada de símbolos. En un mismo día asesinaron a las cabezas de las cinco familias. Los Corleone habían saldado esa mañana todas sus deudas de sangre. Michael, el menor de los hijos de Vito, ascendía definitivamente a la cumbre de su organización.
A menudo escucho aquello de que somos un país rico, con gente pobre. Es una media verdad o una mentira a medias. En realidad, en el conjunto total de naciones y en términos de riqueza, somos un país del medio para abajo (bastante bien abajo) y con gente que en su abrumadora mayoría puede ser considerada pobre. Y esto siempre fue así. Paraguay no es un país rico, no lo fue jamás y en el siglo XXI está incluso más lejos que nunca de serlo. Es importante reconocer esta situación y entender sus causas si pretendemos hacer lo necesario para revertirla alguna vez.
Vale la pena repetir que en el juego de la democracia nadie gana ni pierde todo. Su objetivo es que ningún grupo acumule jamás la totalidad del poder. Es un sistema complejo de contrapesos, cuyo fin último es obligar a las partes a negociar y a concertar.
Cuando Pilatos ordenó que le acercarán la vasija con agua y se lavó las manos frente a quienes pedían la cabeza de Jesús, dejando la suerte de aquel advenedizo a merced de sus detractores, inauguró un estilo de gobernar que ha sobrevivido con fuerza a lo largo de los años.
La locuacidad hasta hace unos días desconocida del diputado cartista Erico Galeano (en el lustro que lleva como legislador nunca le habíamos escuchado completar una frase) provocó un verdadero terremoto jurídico con la incorporación al debate mediático de la figura de la doble inmunidad, la inimputabilidad como nuevo superpoder y la reivindicación del negocio del transporte aérea clandestino como inocente costumbre criolla.
Quería que se diera la alternancia política, que el partido que lleva 14 periodos consecutivos de gobierno (salvo por la breve interrupción de Lugo) descendiera saludablemente a la llanura.
Las elecciones no son una guerra de exterminio, son una simple confrontación electoral en la que ningún bando importante gana ni pierde todo. Los discursos apocalípticos son propios de las campañas.
En medio siglo de vida solo viví cinco años bajo un gobierno no colorado. Prácticamente, todo lo público que conozco es una construcción de administraciones republicanas; la educación y la salud, la infraestructura, los modelos de seguridad.
En tres décadas de ejercer el periodismo me han colgado todas las etiquetas posibles: neoliberal, facho, nazi, progre, zurdo, bolche, patronista, abdista, cartista, luguista, comunista, ateo y burgués.
Nuestros vecinos acá en la Argentina no quieren trabajar. Esas fueron las palabras exactas y desafortunadas del candidato presidencial colorado Santiago Peña en un foro con productores paraguayos a los que nada les provoca más temor que la posibilidad de que les cobren más impuestos.
La explosiva conferencia de prensa del embajador de los Estados Unidos en Paraguay desató una inusitada ola nacionalista entre los operadores políticos, periodistas y beneficiarios varios del cartismo.